El cigarrillo se consume lentamente en mis dedos. Estoy entre tinieblas, evidencia de la cajetilla que llevo ya entre mis pulmones. Mi mente no ha llegado a ninguna conclusión, sigue repasando cada acto, cada palabra dicha, sigue repasando cada movimiento de manos, cada desvío de miradas. No encuentra nada. Sigue igual.
¿Son inoportunas mis palabras?
Mis oídos ya no escuchan, están cerrados, mi garganta se torna áspera. Un cigarro más, el último, ya no tengo dinero para comprar más, tendré que dejar el vicio. Apago la música, apago mi mente, apago la luz y la computadora encendida.
Tendría que dejar de escribir, ponerme a leer la pila de libros que ya se forma en mi cabecera y que son necesarios que lea, tendría que dejar de intentar meterme en la vida de los demás y vivir la mía como hace tiempo que no lo hago, tendría que visitar a más amigos que hace tiempo no veo, tendría que hacer o dejar de hacer muchas cosas, pero sólo puedo estar aquí sentada, acompañada por el humo que sale de entre mis dedos, de entre mis labios, de las palabras que salen de las yemas de esas pequeñas extensiones de mi cuerpo. Tendría que cambiarme y alistarme para salir, elegir mi atuendo para la no-ocasión. Pero no puedo moverme de esta silla, no puedo dejar de teclear y cualquier esfuerzo es en vano.
Digo 5 minutos más y esos minutos se convierten en horas.
Nada, sólo dejo pasar el tiempo, que corra cada vez más rápido mientras mi mente va lenta, repasando, observando los recuerdos que ya no estoy segura de haber vivido. No puedo separar lo real de lo no real. Pero en todo esto ¿qué es lo real?... no quiero entrar en un debate filosófico.
Ya es hora.
Me voy.
No sin antes…
(maldita sea, las tinieblas siguen ahí... aún tiemblan)