20.5.12

Llámenme masoquista
me gusta el dolor.
El medicamento no es para mí.
Reto a mi cuerpo.
¿Hasta dónde aguantas?
"Terrible", dirán.
"Un monstruo".
Cuando me quemo deseo la cicatriz.
Marca recordatoria.
Regeneración imposible.
Herida íntima en mi exterior.
"Tómate una pastilla", los sensatos.
No.
No dormiré.
No drogaré mis sensaciones.
No fingiré.
Quieta
en la pequeña muerte.
Respirar
sin ojos.
La mala costumbre de la calma
lo momentáneo.
El dolor me mantiene.
Araño lo furtivo
trozos de carne en las uñas
mis luchas perdidas.
Llámenme masoquista
digo
sedienta de cicatrices.

13.5.12

CV

Estoy estancada. Pero esta vez es distinto

Si una cosa comparten mis anteriores empleos es que llegaba un punto en que sentía que ya no podía avanzar ni moverme. De repente, después del año trabajado, me entraba la desesperación y renunciaba, porque simplemente no había oportunidad de hacer algo nuevo, algo que realmente representara un reto.

Esta vez he sido paciente. Me gusta lo que hago, amo lo que hago, pero me siento en un cubo invisible. Me muevo con él, limita mis movimientos, pero seguí adelante, echándole todos los kilos. Ahora el cubo está inmerso en la apatía total. Ya no me importa nada, y aunque así es menos doloroso, también es mucho menos inspirador, tanto laboral como creativamente.

Como cuando trabajaba en el Cecut. Era feliz, vivía cerca, escribía a mil por hora pero el sueldo no me era suficiente. Duré un año y medio. Me fui a trabajar a Movistar. Ganaba más, tenía buenas prestaciones, pero no era nada relacionado con mi trabajo, así que comencé a ser infeliz, a buscar trabajo casi a los cuatro meses de entrar.

Ya no me importa si no tengo un mejor sueldo, si sigo como la simple correctora de desastres textiles, aún cuando sé que podría dar más, mucho más. Antes eso me alentaba, ahora solo me desinteresa.

Después de Movi encontré un trabajo como coordinadora académica en una universidad patito. Más sueldo, más responsabilidades. El mayor reto laboral lo tuve ahí. Pero era explotada. El sueldo lo valía. Me gustaba ser de utilidad, pensar que ayudaba a alumnos y maestros. Que resolvía sus problemas. Que era un elemento indispensable. Cuando renuncié al año y medio por irme a una editorial a trabajar en call center, mi jefa me ofreció subirme el sueldo. ¿Cuánto quieres? No quiero más dinero, quiero dejar de ser una esclava, tener vida propia. Quiero una asistente. Gracias por participar.

Quiero salir de ese hoyo, pero a la vez me da un profundo hastío pensar en moverme. Creo que ahora entiendo a quienes no entendía, ¿por qué quedarse en un trabajo donde uno se entanca? Por conformismo. Soy una inconforme conformista. Y comienzo a odiarme por ello.

Entonces vino AMCO. Buen horario, sueldo decente, trabajo fácil. Y la facilidad me espantó. Contestaba llamadas de profesoras y madres insolentes. Lo podía soportar. Pero, qué demonios, estaba dentro de una editorial contestando llamadas, estaban desperdiciando mi talento nato. Ocho meses después era asistente editorial. Escribía libros de texto de primaria y era bastante feliz con lo que hacía. No creía merecer ese sueldo, pero me alcanzaba bastante bien para mis necesidades. Cuatro meses más y partiría hacia el DF.

Necesito generar algo que me inspire a seguir, tanto en el trabajo como en mi vida personal. Quiero leer y leer, escribir y escribir, mandar todo al demonio, hacer lo que sé hacer y aprender, aprender mucho más y tal parece que en el lugar que ocupo eso está muy lejos de mi alcance. Pero me quedo aquí sentada, siendo una espectadora más de mi miseria, compadeciéndome de mí misma.

Después de tres meses de búsqueda de empleo incansable en el DF llegó Castillo-MacMillan. Asistente editorial. Buena paga. Buen horario. Cero prestaciones. Jefe inepto. Y entonces recibí la llamada. El puesto con prestaciones de ley, mísero sueldo y horario ustednotendrávidasocial es tuyo. ¿Dónde firmo?

Mujer de hojalata oxidada. Poeta sin versos novedosos. Espantapájaros que no asusta a los buitres. Narradora sin nada que contar.

Pobrecilla, pasen a mirar a la mujer que sólo ve correr los días. Pásele, pásele, le aseguramos que vivirá un triste momento de gran lección: la mujer que se hunde en su propia mierda sin hacer el mínimo esfuerzo por salvarse.