16.12.12

Se acerca el fin de año y algo me dice que me esperan cosas buenas. Excelentes. La ansiedad comienza a bajar. La depresión ha desaparecido. Aún encuentro incertidumbres y temores dentro. Pero todo estará bien. Lo sé. Se terminan esas sensaciones de angustias. No ha sido fácil. Las disiciones internas suelen ser las más difíciles. Esas que involucran sentimientos. Cuando nos aferramos a ellos, a pesar del dolor que causan. Pero hay que dejar la aprehensión a un lado. Cuesta, pero hay que dejar ir. Dejar que la vida fluya. Abrir las compuertas de la presa interna contenida.

Como decía, fue un año duro y maravilloso. Agradezco a las personas involucradas. Las deseables y las indeseables. Porque todas me han enseñado más sobre mí misma. Sobre mis emociones y su manejo. El 2012 se va y quedan las vivencias. He amado y me han amado. Y también odiado. Porque, ¿qué sería del amor sin un poco de odio? Solo espero que los buenos sentimientos hayan superado a aquellos hirientes.

Los mejores y peores momentos están ocultos en algún lugar dentro de mí. Vedados para las personas que conviven conmigo a diario. Esas oficiales. A las que siempre respondes con un "bien". Solo aquellas que se han arriesgado a conocerme lo suficiente lo saben. Solo aquellas que han aguantado mis alegrías, mis malestares, mis enojos, mis tristezas, mis dilemas, mis apatías, mi cariño. Gracias.

Estoy bien, estaré bien, estaremos bien, el siguiente año será mucho mejor.

Mucho. Te lo aseguro.

9.12.12

Ansiedad

Mis piernas están más temblorosas que de costumbre. Unas ansias me carcomen por dentro. El cigarrillo tiembla entre mis dedos. Se equivocan al teclear. No puedo concentrarme en nada. Mi mente divaga. Da vueltas. Vueltas. Sin llegar a ninguna parte. Al inicio. A la nada. Despertarme de madrugada se ha hecho costumbre. Yo que presumía de tener el sueño de un niño. A las cuatro o cinco de la mañana me encuentro despierta. En el baño. Descalza. Con la cabeza en el porta rollo de papel. Y los pies fríos.

Estoy ansiosa. Y no. No me he dado ningún pase. No he tomado tachas. Ni demasiado café. Tal vez sea la adrenalina. Esa que da cuando tienes un futuro incierto. Cuando ves boletos de avión en especial y no puedes comprarlos. Porque no sabes qué pasara en tres meses. Dónde estarás. Con quién. Si estarás. Si regresarás. Si habrá mundo. Si se reconstruirá todo. Si estarás en la nada. Si estos dedos que teclean estarán tranquilos. Si serás lo suficiente responsable y dedicada para escribir. Si todo valdrá madres y te convertirás en esa persona que hoy no quieres ser. Si tendrás trabajo. Si te gustará el lugar en el que estás.

Fue un año maravilloso y terrible. Porque estuve donde deseaba. Con las personas que quiero. Pero también con momentos indeseables. Con personas extrañas entrometiéndose en mi vida. En mis sentimientos. Y sí. La terapia ayuda. Pero nunca antes la había necesitado. O me había sentido en la necesidad de acudir. Porque tuve el trabajo que tanto había deseado. Las oportunidades que había buscado. Las encontré. Y también voy perdiendo todo poco a poco. Lo sé. Es solo un proceso. Puede que otra vez comience a ganar. Oportunidades distintas. Personas diferentes.

Nunca le había temido al cambio. Había estado dispuesta a aceptar lo que la vida me deparaba. Tal vez sean los treinta. Pensar que poco a poco se reducen las posibilidades. En todo. Que la sociedad es cruel. Y la naturaleza. Estoy ansiosa. Quisiera escribir. No esta porquería. Escribir de verdad. Canalizar mis energías y mis ansiedades a la creatividad. Ya son treinta. Ya se le tiene que dar tres vueltas a las manos para contar. No una. No dos. Sino tres. Y cuando menos lo espere serán cuatro. Y yo seguiré escribiendo aquí. Que estoy ansiosa. Insatisfecha. Que soy patética.

Y seré patética. Pensaré en lo que pude haber hecho. En las desiciones erradas que tomé. En el hubiera. Pero ya no habrá tiempo. Será demasiado tarde para volver. Para escribir. Para tener hijos. Para tener el trabajo deseado. Sé que soy pesismista. Pero en este momento estoy ansiosa. Quiero ser otra persona. Una distinta a la desidiosa. A la egoísta y orgullosa que he sido hasta hoy. A la voluble. Un día apasionada. Otro apática. El siguiente tierna. Y después depresiva. Quien no tiene control sobre sus sentimientos.

Puede que hoy sea el momento. De decidir. De accionar la palanca. De comenzar a ser hoy para poder construir eso que quiero para el futuro. Si tan solo supiera. Si tuviera una guía de qué es lo que quiero. Qué es lo que espero de la vida. Esa que se agota cada día. Esa que deja de ser a cada minuto.

Deja de hablar de ti. Deja de hablar de ti. Para eso tienes la terapia. Ya deja, de una vez. De una vez por todas. Deja de hablar de ti. Y ponte a hacer algo.

4.12.12

No a los analgésicos

Por favor, prohiban la venta de analgésicos. Son una aberración. Un engaño. Una droga. Así nomás: una droga. Qué finalidad tiene una medicina que lo único que hace es sedar el dolor. La enfermedad sigue ahí. Esparciéndose. Pudriendo el cuerpo. Y los analgésicos son sus cómplices. Lo único que hacen es que uno crea que el dolor se ha ido. Y con él la enfermedad. Que ya hay un progreso. Un avance. Pero entonces pasan las horas. Disminye el efecto. Y tarán! El dolor sigue ahí. Tras el velo fino del analgésico. Entonces uno ya no sabe. Si no sentir dolor es bueno. O sólo es un autoengaño. Teme el pasar de las horas. Darse cuenta que sigue igual de enfermo. O peor.
Por favor. Prohiban los analgésicos. Por eso las personas se hacen adictas. Me duele la cabeza. Una aspirina. Me duele el estómago. Paracetamol. Tengo cólicos. Ibuprofeno. Y así. Sólo escondiendo el dolor. Sin jamás llegar al origen. Por qué. Por qué duele. El cuerpo trata de hablarnos. Cállate. No opines. Aquí te va tu analgésico. Si la gente sufriera realmente sus dolores se daría cuenta de lo que hace mal en la vida. Atáscate de comida y después toma un sal de uvas. Adormécelo para que tu estómago no sepa lo que le pasa hasta que tenga una sonda clavada en su interior.
Por eso, mi lema, desde la invalidez de mi cama, con almohadas en la espalda, es "no a los analgésicos". No a la estupidización del cuerpo humano. Hagámonos responsables de nuestros dolores. Sociales. Emocionales. Corporales.
Pon fin. Fin a la Era de los Analgésicos.

3.12.12

De riñones y deberes

Y entonces uno deja de pensar en los sentimientos y en los demás y tiende a concentrarse en su salud. En que no duela más que ayer, en que tiene que comer sano, en que hay que bajarle a las harinas y subirle a la fruta. Y en un instante piensas en todo lo que puede suceder. En las desiciones que tienes que tomar. En que pasaría si. Y si el doctor no dio la dosis adecuada. En que hay viene de nuevo la fiebre. Y no quieres compresas con agua tibia alrededor del cuerpo. Y cómo te gustaría un té. Pero demasiado débil para hacerlo. Demasiado para pedir. Porque aunque enferma frágil el orgullo sigue ahí arrinconado. En una esquina del corazón que teme que sus ruegos sean rechazados. Y más vale. Más vale aguantarse y estar acostada sola. Sin saber si acostarte de lado derecho. Del izquierdo. Boca abajo. Boja arriba. A que hieran lo mínimo de amor propio que te queda. Porque entonces sí. Se quedaría vacío. Y entonces una inyección y otra. Y pastillas. Y más fiebre. Y sin ganas de comer. Pero saber que tienes que hacerlo. Que tienes que ir al mercado a comprarte la fruta y preparártela tú misma. A comprarte las cosas para la comida y preparártela tú misma. Ir a buscar quién te inyecte. Y caminar cuadras. Con un soplo frío a cada lado de la espalda y un doloroso hueco en la boca del estómago. Y luego las llamadas de la familia. Que a tu mamá le robaron el carro. Y su quincena. Que te piden dinero. Y sin poder dar un peso. Pero entonces piensan que para ti todo es fácil. Que estás lejos. Que no tienes que aguantar. Pero no saben. Que tienes que aguantar la soledad. La añoranza. La nostálgica enfermedad que se clavó en tus riñones desde el día en que fuiste concebida. Y eso pudiera explicar muchas cosas...

No. No es obligación de nadie. Es tu deber. Preocuparte por ti misma. Ir al doctor. Comprar tus medicinas. Y tomártelas. Alimentarte bien. Inyectarte. Bajarte la fiebre. Ir al psicólogo. Estar bien mentalmente. Y emocional. Hacerte el té. Obetener dinero. Hacer tu trabajo. Pintarte el cabello. Ir por el mandado. No nos importan tus tristes condiciones. No nos importa tu malformación. Es tu deber arreglártela. Estar bien. Para este mundo que sigue circulando. Con o sin ti. La pregunta es, ¿quieres circular en él?

26.11.12

Feliz cumpleaños a ti

Mi hermana me habla por teléfono. Es su cumpleaños.
Me pone en altavoz. Están a punto de partir el pastel, ese de queso y coco, comprado en el Café de la Flor, que tanto me gusta. Y escucho a todas. Esas voces femeninas que han llenado mi mundo y mis días de alegría. Sus risas por el auricular se me contagian. Con el timbre de su voz puedo intuir en qué lugar está sentada cada una. Ale, la cumpleñera,  a la cabeza. Caro frente a ella, al otro extremo. Mi madre al lado derecho de Ale. Fernanda al izquierdo. Mi sobrino anda de aquí para allá. De repente se escucha lejano. Otras más cerca. El teléfono está sobre la mesa. Prenden las velas y comenzamos todas a cantar. Por un momento me olvido de que estoy a miles de kilómetros de distancia. Casi puedo oler el café que se hace en la cafetera. Todas callan. Yo sigo cantando. Y entonces ríen. Me han dejado a cantar sola a propósito. Las pude ver haciendo mímica de callarse, para dejarme hacer el ridículo vía telefónica.
El canto termina. Mordida, mordida, comienzo a decir, y todas me siguen. Claro que no, primero tengo que apagar las velas, dice Ale. Yo te ayudo, grita Cristo. Se pone al lado de ella y casi puedo escuchar su respiración. A las tres: una, dos, tres. Aplausos. La foto. No, otra. ¿Esta sí salió bien? Qué bonitas salimos. Parte el paste, ¿Así o menos?. No tardan en escucharse reclamos de que es una coda, mientras ella alega que es su cumpleaños. ¿Qué opinas, hermana? ¿Les doy más?. No, es tu cumpleaños, debería ser para ti sola. Ándale, pues, dice mi madre.
Sólo faltas tú, hermana. El lamento. Sí. Sólo falto yo. Te dejo, para no tenerte aquí nomás escuchando. Y no se lo digo, pero lo pienso. No importa, quiero escucharlas. Quiero oír sus risas. Sus quejas. Sus gritos. Déjame en altavoz, deseo decirle. Porque así puedo sentirme cerca de esas mujeres que son mi vida. Las perfectas compañeras. Las mejores que pude tener. 

25.11.12

Lo lamento. Ser esa persona que soy. Con todos esos miedos. Complejos que me cercenan. Me hacen ser lo que soy. Nunca lo había lamentado tanto. Como hasta hoy. Justamente. Cuando los reclamos. Reproches sutiles. Se me vienen encima. Y todos. Absolutamnete todos. Son certeros. Nadie se equivoca. Lo sabía. Estaba semiconsciente de mi egoísmo. De mi frialdad. Pero hoy. Justamente hoy. Y cuando digo hoy me refiero a ayer. A antier. A hoy. Me lo han hecho saber de variadas formas. Creativas. Sentimentales. Reprochantes. Con palabras. Miradas. Con poesía.

Lamento ser esa persona que no se puede asir. Que se escapa entre los dedos como humo de cigarro. Que agrega un ladrillo a su muro con cada palabra tierna. Lamento ser esa persona que está. Y luego desaparece. Invisible. Para después hacer uso de su magia. Y regresar con una sonrisa. De naríz a oreja. Dar palabras de aliento. Y decir lo que se quiere escuchar. E instantes después. Esfumarse. Con una mirada que no se mantiene. Con unas pupilas que pasan de unos ojos a otros. Con manos acariciadoras de la tragedia.

Lamento que me gusten los finales tristes. Los personajes viscerales. Las novelas que estrujan el corazón. Que sea lo único que me haga sentir. Que las comedias y los cuentos de hadas me parezcan aborrecibles. Estar tan metida en mis fantasías, que solo me salgan palabras hiperrealistas. Tener tan claro el mundo donde vivo. Y tan difuso lo que quiero de mí misma. Y de los demás.

Pero si algo tengo a mi favor, es que lo sé. Siempre lo he sabido. Nunca lo he dejado oculto. Está a la vista de todos. Por que así soy. Y nunca lo había lamentado tanto. La fina capa de hielo se rompió y caí. Sobre él veo manos que tratan de rescatarme. La única salvación es no estirar mi brazo. Quedarme ahí. Hundida. Congelada.

Ya veremos si ese calor interno que presumo me salva.

Ya veremos.

19.11.12

Busco la manera de encontrarme. De volver a sentir eso. Por diversos caminos señalo. Para que me hayes.  No deseo dar instrucciones. De mí sólo encontrarás símbolos perdidos en el tsunami de palabras. La mirada estática. La caricia individualista. No me satisface. Pretendo casi lo imposible. (Y en ese "casi" radica mi esperanza). Que con pequeños movimientos. Miradas desviadas. Sutiles cambios en la respiración. Me comprendas. Te compenetres. No quiero hablar. Decir. Quiero esto. O deseo lo otro. Leéme. Intúyeme. Lo sé. Pido demasiado. Pido que sepan mi trama con la portada del libro. Pido que me compren envuelta en papel celofán sin siquiera conocer mi interior. No. No soy un best seller. Mis páginas están en blanco. Listas para ser escritas. Arrancadas. Quemadas. Borradas.

Escribe sobre mí. Con tinta indeleble. A mano. No importa que tu letra sea ilegible. Quiero sentir la suavidad de tu tinta sobre mi superficie. El oscuro arrebato del crujir de hojas en mis entrañas. Empieza. En la última. En la primera, En la del medio. Soy un libro sin continuidad. Puedo ser ese. El que quieras. Pero debo ser la absoluta protagonista de tu historia. Todo gira en torno a mí. Puedo ser ensayo. Poesía. Novela. Cuento. Puedo ser la buena. La mala. El hombre. La mujer. La niña. La anciana. La adolescente cautiva.

Pero no un secundario. Y jamás. Jamás. Un incidental.

18.11.12

Y entonces vino el recuerdo. Mi madre buscaba en la guantera. Y encontró lo que tal vez buscaba. La evidencia. Y lo bajó del carro. Y dio la media vuelta. Y le aventó sus cosas. El las tomó. Y dijo que pronto regresaría. Y eso jamás sucedió. Y entonces mi madre se queja. Dice que no sabe nada de su padre. Que mi abuela nunca le contó. Y se lo recrimina. Pero, a su manera, ella ha repetido su patrón. No sé nada de mi padre. Y cuando le pregunto sólo atina a evadir las respuestas. A decir que no sabe. De dónde provenimos. Que no escuchó mi pregunta. Que no la leyó. Que le pregunte a esa parte de la familia con la que evito tener contacto.

Quisiera saber. Quiénes eran mis abuelos. Quiénes mis bisabuelos. Quisiera saber qué padecieron. Qué los motivaba. Dónde nacieron. Qué parte de la historia vivieron. A quiénes amaban. Cuáles eran sus pasiones.

Sé. Que mi madre y mi tío no conocen a su padre. Que llevo un apellido que no me pertenece por herencia propia. Que mis abuelos son de rancho. Que la mayoría de mis tíos son mis medios tíos. Que mi familia paterna acogió a la otra familia de mi padre (la oficial y la extraoficial). Que a mi padre le gustaba el box. Que era carismático y coqueto.

Sin embargo, no sé cuáles eran sus sueños. Su plan de vida. A qué equipo de fut le iba. Si creía en Dios. Si estaba con algún partido político. Qué le llamaba la atención de una mujer. Cómo fue su relación con sus padres. Qué le hubiera gustado estudiar. Qué ciudad le gustaba más de la república. ¿Viajó al extranjero? Qué esperaba de sus hijas. Qué cualidades le gustaban de ellas. ¿Creía en el matrimonio? ¿O sólo se casaba por cumplir con la sociedad? Cómo le hubiera gustado que fuera su entierro. Estará conforme con dónde fue enterrado.

Quiero diez minutos. Sólo diez minutos. Para que me explique. Me diga quién es. Diez minutos me bastarán para preguntarle lo que no le pregunté en quince años.


"Serías una buena madre"

No sé cuántas veces habré escuchado esa frase. Como si fuera un estigma. Una buena madre. Como si supiera qué diablos significa. Como si los hijos no fueran a tener, siempre de los siempres, sus traumas y complejos debido a la relación con sus padres.

¿Qué es ser una buena madre? ¿No golpear a tus hijos? ¿Enseñarle qué? ¿Que la vida es color de rosa? ¿O que en la vida se sufre y hay que ganarse las cosas con tu propio esfuerzo?

Si tuviera un hijo. Si tuviera. Fuera parto natural. Nada como sentir el dolor. La sensación de un ser humano saliendo de tu cuerpo. Así, a la antigua. Así, para lo que el cuerpo fue diseñado. Así podría decir "yo te parí", "ya ni todo el sufrimiento que me hiciste pasar".

Si tuviera un hijo. Le leería todas las noches. Mi lectura del día. Le leería a Mishima, Kawabata, Dostoievsky. No me importa que no sean lecturas infantiles. Le leería poesía, cuento, novela, ensayo. Compartiría con él cada una de mis lecturas.

Si tuviera un hijo. No dormiría conmigo. Aunque me costara levantarme por la madrugada. Tendría que hacerse independiente desde un principio. Y saber, sin saberlo, que sus padres necesitan espacio e intimidad.

Si tuviera un hijo. Sería cariñosa, pero firme. Nada de teatritos con o sin visitas. Nada de berrinches. Para eso está la palabra. Para entender. Para eso están las acciones. Para ejemplificar.

Si tuviera un hijo. Si tuviera. Puedo planear aquí toda su educación. Pero lo cierto es que no lo sé. Y no lo sabré hasta que me decida algún día. Y lo más probable es que crecería en una guardería. Y tuviera que confiarle parte de su educación a extraños. Porque tendría una madre trabajadora. Que ama lo que hace. Que nunca estuvo dispuesta a guardar en un cajón sus sueños profesionales. Y esperaría que algún día lo agradeciera. Sin embargo, es más probable que creciera traumado porque su madre nunca le dio el tiempo suficiente. Porque lo dejaba dormir solo en un habitación contigua y a veces no escuchaba sus lloriqueos. Porque le leía cosas para adultos. Que hablan de traumas, de asesinatos, de infidelidades. Porque lo contuvo  en sus travesuras. Porque mis acciones no fueron lo que él esperaba. Porque el trabajo era más importante que sus festividades escolares.

Si tuviera. Pero no. No lo tengo. Y no lo sabré de cierto.

21.10.12

Que conste en el acta

No. No tuve nada que ver con el robo. Ni con el plagio. Ni con la discusión. Quiero que conste en el acta, señor detective. Que sí. Que tengo delitos. Pero los míos son más internos. Más de despechos y sensaciones. No tanto materiales. Ni intelectuales. Quiero que conste en el acta. Que todo lo que he hecho es a sabiendas de sus consecuencias. Que no me arrepiento de nada. He vivido cómo he querido. Y asumo las responsabilidades. He amado. Y he desamado. He deseado. Y desdeseado. ¿Que si he cometido errores? Por supuesto, señor detective. ¿Acaso usted no? Pero esos errores también han sido parte de mis grandes aciertos. ¿Que si he robado? Sí. He obtenido tiempo que no me pertenecía. He tomado ideas. Besos. Caricias. A placer. Como me ha venido en gana. He hurtado sentimmientos intensos. Despositándolos en lugares erróneos. Y otros más certeros. Bajo llave. Con candado. A los que nadie tiene acceso. No, señor detective. En algunos casos los he escondido tan bien que ni yo sé dónde están. Lo juro, señor detective. Y no soy de esas personas que tienden a jurar. Pero usted qué podría saber. Con su papel en blanco. Su pluma a media tinta. Su mirada inquisidora. ¿Que si me he drogado? Sí. He adormilado mis sufrimientos. Con el afán de desaparecerlos. Sobre todo aquellos que duelen. Que dejan cicatrices en la esencia. He dopado mis pensamientos y sensaciones más sublimes. Porque también esos hacen daño. Te hacen ilusionarte. Pensar que se puede. Cuando uno sabe que no. Porque conoce la función del mundo.

Quiero que conste en el acta, señor detective. Muy bien constatado. Que sí. He decepcionado a personas. Esas que esperaban algo muy específico de mí. Pero, qué se le va a hacer. Una no puede ir por la vida dándole gusto a los demás. Ni siquiera se puede dar gusto uno mismo. Sin que sea un error. Un error enminente. Que deje heridas. Que tarden en sanar. Y entonces uno se dopa. Con alcohol. Con pensamientos de fuga. Imágenes de película. Conciente de que jamás sucedera. Porque jamás sucede. Sólo son sueños. Señor detective. Sueños.

¿Qué si he sido infiel? No, señor detective. Siempre he hecho lo que he querido. He sido fiel a mis pensamientos. A mis ideas. A mis sentimientos. A mis intuiciones. A mis ganas. A mi realidad. Y a mis fantasías. Me conduzco por ese camino. Nunca he hecho nada que no he querido. Nunca he dejado que me obliguen. Y sí. He tenido momentos de debilidad. ¿Quién no? Donde pienso en qué pasaría si dejara a un lado la vida que vivo. Y lo he intentado. Pero siempre regreso a mi lugar de origen. A mí misma. Me soy fiel. En cuerpo. En alma. En pensamiento.

Quiero que conste en el acta, señor detective. Que sí. Parece que soy culpable. Cargo pecados en mi espalda. Las buenas sociedades se podrán horrorizar. Las congregaciones religiosas querrán salvarme del infierno. Las grandes corporaciones querrán excluirme de sus nóminas. Y si hacer lo que me venga en gana sin sentir remordimiento significa la cárcel. Entonces estoy lista. Quiero que conste en el acta mi entera disposición, señor detective. Aquí están mis muñecas juntas. Espóseme. Amárreme. Haga de mi lo que le plazca. Tendré mi conciencia tranquila. Que conste.

15.10.12

Sobre la cursilería

Siempre lo he dicho. Que la cursilería me parece demasiado... cursi. Que es para aquellas personas que no tienen capacidad de decir algo creativo. Que es poco elegante. Poco sutil. Que se trata de falta de originalidad. Demostrar amor casi con sarcasmo. Con un dejo de ironía. Que es para personas débiles. Désas que se derriten ante el primer halago. Ante el primer mimo. Que se le atribuye a las mujeres. Pero también muchos hombres (asombrosa la cantidad) la poseen. Y la sacan. De entre los más recóndito de su lado femenino. Estrógenos entre la testosterona. Que es desagradable. Empalagosa. Que la vida sería mejor con palabras directas. Sin miel de por medio. O no ese tipo de melosidad. Que es vana. Sin sentido. Que cada vez que la escucho necesito un trago de alcohol duro. Para aguantarla. Para que no me toquen sus rosados pétalos impregnados de palabrejas huecas.

Que el amor (¡oh, esa utopía!) se demuestra con miradas que acarician. Que tocan las fibras más íntimas (y oscuras) de tu historia. Miradas que hacen sonreír malévolamente al ruin duende interno que todos llevamos dentro. Que sacan tus más indecorosas intenciones. Que te humedecen más rápido que la velocidad de la luz. Que hacen de una larga espera el martirio perfecto y profundamente excitante...

Y entonces caigo en cuenta. Que sí. Soy eso. A mi modo. A mi estilo. De repente me encuentro diciendo palabras arrogantes para escapar de lo que, inevitablemente, me veo envuelta. Soy cursi. Estúpidamente cursi. Porque en vano pretendo mostrar refinamientos expresivos. Sentimientos elevados. Cuando en el fondo sólo deseo lo mismo que todos. Sentirme amada. Porque me presumo de fina y elegante. En una sensación que es de lo más primitiva. Porque, con apariencia de riqueza de lenguaje, pretendo convertir al amor en algo trivial. Y lo común del sentimiento, que nos aqueja a todos, ascenderlo a misterio. Y caigo. Caigo.

Soy un payaso de mis propias palabras.

9.9.12

Lo sé. Estoy lejos de la perfección. Pero, ¿es que hay alguien que alguna vez se ha encontrado remotamente cerca? Y tampoco es que quiera serlo. Lo único que deseo es estar en paz. El problema es que no sé realmente qué me brinda paz. Creía saberlo, pero he cambiado. O no tanto. Sólo ha salido a relucir el cobre. Es oficial. Estoy en crisis. Emocional, profesional, sentimental, vocacional. En completa crisis. Y cuando lo estoy me quedo estática. No doy pasos. Cuando siento que me encuentro en un callejón sin escapatoria me quedo estancada hasta estar segura de lo que debo hacer. ¿Me regreso por el mismo camino? ¿Trato de brincar las paredes? ¿Elijo el sendero estrecho? ¿El que se ve turbulento? ¿O el apacible lleno de aburrimiento?

Entonces mejor me quedo quieta. Inmune. Viendo pasar a las demás personas. Envidiando que ellos toman sus caminos sin indesiciones. Porque si salto, ¿cómo sabré que no querré dar vuelta atrás sin poder hacerlo? Para tomar un camino debo dejar de pensar y sentir. Sentir. Simplemente así: sentir. Pero ahora, en este preciso momento siento muchas cosas. Siento agobio, desesperación, aburrimiento, miedo, desesperanza, inconformidad, enojo. Mente en blanco. Mente en blanco. Sólo déjate llevar por la corriente.

¿Por qué los seres humanos nos complicamos tanto la pinche existencia? ¿No sería mejor vivir, así nomás, vivir? Y cuando me siento así lo peor que pueden hacerme es presionarme. ¿Qué quieres? ¿Qué quieres? !Decídete! Y yo pienso en los porqués. Ninguna persona puede tomar decisiones bajo presión. Por lo menos no las acertadas. No las que harán que todos salgan bien parados. Aunque nunca habrá alguna donde todos ganen. Por lo menos no en el momento.

Lo sé. No soy perfecta. Le temo a los compromisos. No quiero tener hijos. Me gusta hacer y deshacer mi vida sin que nadie se meta. Soy voluble. Orgullosa. Vanidosa. Quiero que siempre se haga lo que yo quiero. Y si no se hace tiendo a herir porque sé los puntos débiles de las personas. Sé darles donde más les duele. Pero todo esto sale a relucir cuando mi inseguridad se hace visible. Sólo en ese momento.

Y sí, siempre hablo de mis defectos. Pero, como en todo, también en mí hay un poco de luz. Me gusta sacar una sonrisa a mi interlocutor. Soy buena escucha. Por más enojada que esté siempre puedo tener una conversación tranquila. Acepto mis errores. Trato de estar siempre que me necesiten. Y cuando ya no me necesitan, cuando me dicen "ya no más, se acabó, es el final", cierro la boca, me doy la media vuelta y no vuelven a saber de mí.

Podré ser lo que quiera, pero jamás, jamás seré una molestia.

26.8.12

Hoy no tengo ganas de pensar en lo que tengo. Lo que no tendré. Lo que nunca tuve. Me basta lo que soy. Lo que he sido. Lo que seré. No tengo ganas de. Recriminar. Que me recriminen. Pensar en lo que pudo haber sido. Lo que es. Lo que será.
Hoy no quiero vivir en las ganas de. En el futuro de alguien más. No quiero tomar desiciones de otros. Tienes que. Para mantenerme feliz. Hay que. Quiero que. La única. Ser. No. No quiero las miradas puestas en mí. Así. Nomás por que sí. No puedo pedir. No quiero hacerlo. No quiero que me pidan. Que esto tiene que ser así. Que si fuera. Que la vida. Que la luna. Que no. No es así. No puede. No debe.
Si es, es. Porque es. Porque así son las cosas. Y si duele. Duele. Y ya. Pasará. Como todo. En el futuro, al pensar, tal vez una punzada en el pecho. Pero no mata. Sólo está ahí. Diga lo que diga. Haga lo que haga. No se alejará. Porque los dolores no se alejan. Disminuyen. Y vendrán nuevos. Y se irán. Y quedarán en el pecho. Como serpientes encajonadas. Revolcándose. Pero encajonadas.
Hoy no quiero. Que tú. Que yo. Que él. Que ella. Que sus ojos. Que los tuyos. Que sus pies. Que los míos. Que el sapito en la palma de mi mano. Que duerme. Que adiós. Que la comida. Que el café. Que así están las cosas. Que así es la vida. Que nada es seguro. No. Nada es seguro. No hay promesas.
Estoy aquí. Ahora. Aquí estoy. Aquí. Veme. No me muevo. Estoy enfrente. Es el presente. Bendito presente. Y entrego todo. Menos promesas. Las promesas no. Definitivamente. No son para mí.

8.8.12


Siempre he dicho que no tengo amigas, que tengo puros amigos, pero creo que no les hago justicia a aquellas mujeres que me han aguantado. Es cierto, nunca pertenecí a ningún grupo de chicas. Nunca tuve ese círculo de amigas que está ahí en las buenas y en las malas. Que se ponen celosas, que cuidan que ningún chico te haga daño. No. No sé qué demonios es esa sensación. No quiere decir que no haya tenido —o tenga— amigas. Las tengo. Y con ese puñado me es más que suficiente. Pero no pertenecen al mismo grupo. A cada una la conocí en un lugar diferente. En distintas etapas de mi vida. Y cada una significa algo. Me aporta. Me complementa. Sus personalidades son tan distintas y representan tanto.

A Kristina, por ejemplo. La conocí en la preparatoria, en la etapa más calmada de mi vida. Yo pertenecía a un grupo cristiano católico apostólico romano. Mi papá había muerto. No era de las que quería cumplir 18 años con la esperanza de entrar a los bares. Leía y escribía mucho. Con ella podía hablar de religión. Ella era (es) de una religión distinta a la que era la mía en ese tiempo. Nos gustaba ir al cine, hacernos la pinta para desayunar en un restaurante nice (ahorrábamos toda la semana). Cuando comencé a rebelarme contra Dios y mi familia me fui alejando de ella. Pero seguimos siendo   amigas. Hoy está felizmente casada y tiene dos niños.

Tal vez si yo no me hubiera alejado tendría una vida parecida.

Pero el caso es que puedo nombrar a más amigos que amigas. Mis relaciones con cada uno de los géneros es muy distinta. Me comporto distinto. Con los hombres tiendo a ser violenta. Muestro mi cariño con codazos o comentarios suspicaces. Con las mujeres soy protectora, cariñosa y hasta condescendiente. Pero también tienen que aguantar mis desplantes y que, de vez en cuando, se me bota la canica y puedo herir sus niveles de estrógeno con facilidad. Quien sea mi amiga tiene que enamorarse de mi dualidad. De mi fortaleza exterior, de mi actitud en ocasiones de bullyng pero también de mis llantos y mi debilidad en ciertos momentos de mi vida. Saber aguantar los golpes, pero también las mariconerías. 

Como Carmen. A quien conocí en la uni. Su actitud masculina y más violenta que la mía me hizo ponerle atención. Si alguna de mis amigas se parece a mí, esa debe ser ella. Con toda su pose de me vale madre. Con toda su mirada dura. Sus palabras casi hirientes. Pero su fragilidad de niña, sus ojos dudosos, su sonrisa nerviosa, y su negación a hablar de sus sentimientos. Sus dos polaridades me deshacen. Es curioso cómo con ella hablo de muchas cosas importantes sin mecionar nombres, hechos, lugares. Nuestras conversaciones son más filosóficas. Casi metafísicas. Si me pongo a gritar como loca en medio de un bar, ella lo entiende y grita conmigo. Sin preguntarme siquiera qué es lo que me pasa. Nuestras palabras de cariño son bitch, zorra, perrita. Pero cuando viene acompañado de un "te extraño" o "te quiero" suelen ser dulces instantes.

Tal vez es que soy un poco brusca, y hasta me han llamado misógina, por eso tengo más relaciones afectivas con hombres. No se agüitan tan fácil. En el D.F. no he hecho ni una sola amistad femenina. Sí conocidas, pero con ninguna he entablado un vínculo más allá de hablar de hobbies. A lo mejor por eso he tenido que ir a terapia, porque no tengo a nadie para contarle mis pecados más recónditos. Tengo que pagar para confesarme.

Por otra parte está Myrna. Única compañera de mi primer empleo en forma. Ambas éramos asistentes de SPC Asesoría Avanzada. Yo turno matutino, ella vespertino. Pero llegaba antes porque salía temprano de la universidad. Estudió psicología. Siempre le llamó la atención mis pensamientos sobre los hombres, porque, precisamente, ella es absolutamente todo lo contrario a mí. Si alguien es mi polo opuesto es Myrna. Toda dulzura, femeinidad, inocencia, ternura, con el sueño de encontrar a su príncipe azul. Le fue mal en muchas de sus relaciones y lo peor es que yo casi siempre me ponía de parte de sus novios. También está casada y tiene una niña. Jamás la he visto tan feliz como el día de su boda.

Por último, Anylú. A ella la conocí de un modo muy particular. Iba en la prepa y salía con Mario (mi relación con él merece un post completo, si no es que varios). Era (o es) pintor. Siempre engatusaba a las chicas diciéndoles que las iba a inmortalizar en un cuadro. Recuerdo que cuando se me acercó dijo que tenía el perfil de Artemisa. En verdad era muy bueno. Total que en una exposición llevó a Anylú, con quien también salía. Y nos hicimos amigas. Fue lo más parecido al amor a primera vista, sólo que fue algo así como "amistad a primera vista". La morra era (o es) igual que yo en muchos sentidos. Tenía una pareja estable, pero siempre andaba de cabrona. No se quería casar. Ni tener hijos. Y bueno, una posición ante la vida y las relaciones personales similar. Ahora no está casada, pero vive con su pareja y ya tiene un niño. Me aconseja seguir en mi postura de no tener hijos.

Ellas son mis amigas. Claro, tengo más que fueron compañeras de trabajo, de escuela, de pedas, pero cuando tengo un problema sólo ellas me pueden escuchar. Sólo con ellas siento la confianza de contarles mis intimidades. Sólo con ellas lloro, hago berrinches, grito, me emborracho, las maltrato, las cuido, me peleo... porque solo peleo con la gente que quiero. A los que me dan lo mismo simplemente les doy el avión. Me es indiferente lo que piensen o dejen de pensar de mi o de mi vida.

Nunca pertenecí a un grupo de chicas. Pero me rodée de aquellas aguantadoras. Carismáticas. Distintas. Las mejores.

22.7.12

Ese demonio

Vanidad. f. Arrogancia, presunción, envanecimiento.



Todos mis problemas son por su culpa. Nada nuevo. Siempre fui orgullosa. La sensación de merecerme el mundo entero, pero que éste no era merecedor de mí, es familiar. Entonces, cuando alguien pone en evidencia que, efectivamente, no soy la mejor, que soy prescindible, que no me merezco todo por el simple hecho de ser yo y que las personas tienen otras preocupaciones que no siempre son complacerme, me enojo. Y ese coraje es más conmigo misma que con los demás, porque caigo en cuenta de lo vulnerable que soy.

Es difícil herirme. Nadie lo puede hacer fácilmente. Pero les doy un tip. Si lo quieren hacer solo dejen de mirarme. Dejen de escuchar lo que digo. De leer lo que escribo. No se percaten de mi presencia. Hagan como si fuera un cero a la izquierda. Efectivamente. Me darán donde más me duele. Habrán abierto la herida. Pondrán el dedo sobre mis vanidosas estigmas. Pero también me habrán perdido.

Porque después de ese golpe pierdo todo el interés. Aunque después vuelva a ser el centro del universo, ese universo en específico ya no me interesará, porque sé que es momentáneo. Efímero. Porque me hicieron conciente de mi peor defecto. Entonces buscaré a alguien más. Una persona que yo sea su mundo. Que eleve mi ego. Siempre es fácil encontrarla. Mantenerla por algún tiempo, hasta que se de cuenta de lo patética que soy. De que pido, pero no doy nada a cambio. Hasta que deje de mirarme. Y yo pierda el interés. Interminablemente.

Es sencillo tenerme. Hacerme feliz. Pero es más sencillo, mucho más, perderme. No le tengo miedo a las despedidas. Sólo temo que me hagan saber lo que realmente soy.

11.6.12

Mi madre está enojada. Con sus hijas. Con sus vecinas. Con su ex. Con la vida.
Mi madre tiene insomnio. Y piensa que todos estamos en su contra. Que lo que ha dado no ha sido retribuido. Que da. Da. Da. Da. Y sólo recibe mijagas.
Mi madre se agüta de que hagamos nuestras vidas. Que pensemos por nosotras mismas. Para ella amar es sinónimo de hacer lo que ella quiere. Piensa que nadie la ama. Porque somos pensantes.  A veces acertamos. Nos equivocamos. La mayoría de las veces. Como ella lo hizo.
Mi madre siempre nos dijo. No dependan de un hombre. Nunca. Y luego. Estudien para ser independientes. Y después. Cuando te mantengas tú sola. Y entonces. Estudié. No dependí de nadie. Me mantuve. Y fue cuando dijo. Haz lo que te ordeno. Depende de mi. No realices tus sueños.
Y dejo de comprendarla. Comienzo a ver sus contrariedades. A desmenuzar sus defectos. A decir 'yo no seré así'. Y la compadezco. Y sufro con ella. Y sin ella.
Pero, cuando menos lo espero, me doy cuenta. De mis defectos. De que soy ella. En mi inconformidad. En la avaricia de mis deseos. En mis dobles y contradictorios anhelos. En querer que me amen. Me amen. En ocasiones. Sin dar nada a cambio. Más que mi reconfortante presencia.
Y entonces me enojo. Con mis hermanas. Mis vecinas. Con mis ex. Con la vida. Porque no son, ni fueron, en absoluto, lo que esperaba. Pero han sido más que eso. El soporte interno de mis alegrías. El desvelo de mis mañanas más oscuras. El espejo de mis emociones. Y desiciones.
Callo. Miro mi cel. Marco el número frecuente.
Y nadie contesta.

20.5.12

Llámenme masoquista
me gusta el dolor.
El medicamento no es para mí.
Reto a mi cuerpo.
¿Hasta dónde aguantas?
"Terrible", dirán.
"Un monstruo".
Cuando me quemo deseo la cicatriz.
Marca recordatoria.
Regeneración imposible.
Herida íntima en mi exterior.
"Tómate una pastilla", los sensatos.
No.
No dormiré.
No drogaré mis sensaciones.
No fingiré.
Quieta
en la pequeña muerte.
Respirar
sin ojos.
La mala costumbre de la calma
lo momentáneo.
El dolor me mantiene.
Araño lo furtivo
trozos de carne en las uñas
mis luchas perdidas.
Llámenme masoquista
digo
sedienta de cicatrices.

13.5.12

CV

Estoy estancada. Pero esta vez es distinto

Si una cosa comparten mis anteriores empleos es que llegaba un punto en que sentía que ya no podía avanzar ni moverme. De repente, después del año trabajado, me entraba la desesperación y renunciaba, porque simplemente no había oportunidad de hacer algo nuevo, algo que realmente representara un reto.

Esta vez he sido paciente. Me gusta lo que hago, amo lo que hago, pero me siento en un cubo invisible. Me muevo con él, limita mis movimientos, pero seguí adelante, echándole todos los kilos. Ahora el cubo está inmerso en la apatía total. Ya no me importa nada, y aunque así es menos doloroso, también es mucho menos inspirador, tanto laboral como creativamente.

Como cuando trabajaba en el Cecut. Era feliz, vivía cerca, escribía a mil por hora pero el sueldo no me era suficiente. Duré un año y medio. Me fui a trabajar a Movistar. Ganaba más, tenía buenas prestaciones, pero no era nada relacionado con mi trabajo, así que comencé a ser infeliz, a buscar trabajo casi a los cuatro meses de entrar.

Ya no me importa si no tengo un mejor sueldo, si sigo como la simple correctora de desastres textiles, aún cuando sé que podría dar más, mucho más. Antes eso me alentaba, ahora solo me desinteresa.

Después de Movi encontré un trabajo como coordinadora académica en una universidad patito. Más sueldo, más responsabilidades. El mayor reto laboral lo tuve ahí. Pero era explotada. El sueldo lo valía. Me gustaba ser de utilidad, pensar que ayudaba a alumnos y maestros. Que resolvía sus problemas. Que era un elemento indispensable. Cuando renuncié al año y medio por irme a una editorial a trabajar en call center, mi jefa me ofreció subirme el sueldo. ¿Cuánto quieres? No quiero más dinero, quiero dejar de ser una esclava, tener vida propia. Quiero una asistente. Gracias por participar.

Quiero salir de ese hoyo, pero a la vez me da un profundo hastío pensar en moverme. Creo que ahora entiendo a quienes no entendía, ¿por qué quedarse en un trabajo donde uno se entanca? Por conformismo. Soy una inconforme conformista. Y comienzo a odiarme por ello.

Entonces vino AMCO. Buen horario, sueldo decente, trabajo fácil. Y la facilidad me espantó. Contestaba llamadas de profesoras y madres insolentes. Lo podía soportar. Pero, qué demonios, estaba dentro de una editorial contestando llamadas, estaban desperdiciando mi talento nato. Ocho meses después era asistente editorial. Escribía libros de texto de primaria y era bastante feliz con lo que hacía. No creía merecer ese sueldo, pero me alcanzaba bastante bien para mis necesidades. Cuatro meses más y partiría hacia el DF.

Necesito generar algo que me inspire a seguir, tanto en el trabajo como en mi vida personal. Quiero leer y leer, escribir y escribir, mandar todo al demonio, hacer lo que sé hacer y aprender, aprender mucho más y tal parece que en el lugar que ocupo eso está muy lejos de mi alcance. Pero me quedo aquí sentada, siendo una espectadora más de mi miseria, compadeciéndome de mí misma.

Después de tres meses de búsqueda de empleo incansable en el DF llegó Castillo-MacMillan. Asistente editorial. Buena paga. Buen horario. Cero prestaciones. Jefe inepto. Y entonces recibí la llamada. El puesto con prestaciones de ley, mísero sueldo y horario ustednotendrávidasocial es tuyo. ¿Dónde firmo?

Mujer de hojalata oxidada. Poeta sin versos novedosos. Espantapájaros que no asusta a los buitres. Narradora sin nada que contar.

Pobrecilla, pasen a mirar a la mujer que sólo ve correr los días. Pásele, pásele, le aseguramos que vivirá un triste momento de gran lección: la mujer que se hunde en su propia mierda sin hacer el mínimo esfuerzo por salvarse.

21.4.12

Al borde

Ya ni me acuerdo en qué momento decidí que era el indicado. De hecho creo que nunca lo decidí. Solo se dio.

Las desiciones importantes que he tomado no las tomo, simplemente las hago. Así, sin pensar. Cuando algo me da miedo me aviento. Odio tener miedo, y mi manera de ahuyentarlo es encarándolo y aventarme. Como cuando salté del parapente. Sentía que se me iba a salir el corazón. Pensaba en las miles de posibilidades que había de que me cayera, que no funcionara, que hubiera turbulencia, que muriera, o peor aún, que quedara paralítica, con daños irreversibles... Me aventé. Así, sin más, corrí hacia el vacío.

Así son mis desiciones. Cuanto más pienso menos lo hago. Tengo que dejar de pensar. Por eso mismo luego no recuerdo qué me orilló a hacerlo. O el momento exacto en que tomé la desición. Cuándo decidí cambiar de secundaria. Cuándo di mi primer beso. Cuándo decidí estudiar literatura. Cuándo perder mi virginidad. Cuándo salirme de la casa materna. Cuándo irme a vivir en pareja. Cuándo cambiar de ciudad. Cuándo. En qué preciso momento.

No lo sé.

Y tengo miedo. De que todo desaparezca. De ser insoportable. De que él tenga razón. Mi mutismo sólo es síntoma de mis temores. Mi indiferencia aparente de la desesperación.

Estoy consciente: no soy la mejor mujer para compartir una vida. Tal vez mis defectos superan mis virtudes. Soy grosera. Odio dormir con canceltines. Me derramo en llanto una vez al mes. Desvío la mirada cuando no quiero escuchar algo. Me creo el centro del universo. Siempre creo tener la razón. No lavo los trastes. Soy decidiosa. Leo menos de lo que quisiera. Siempre creo que merezco algo mejor. Inconforme. Tengo mil maneras de escabullirme. La insolencia suele ser mi mejor amiga. Siempre insatisfecha. Siempre buscando algo más. Muevo las piernas constantemente. Y me trueno los dedos. Y las rodillas. Me levanto tarde. Soy sarcástica. E hiriente. Y nunca, nunca, permitiría que me hicieran lo que yo suelo hacer.

Estoy lejana a ser la mujer que alguien querría para siempre a su lado. Excepto la soledad.

¿Es este el momento de volverme a tirar al precipicio?





8.4.12

Nadie me conoce. Y me place. Las personas creen saber de los demás y no hay nada más errado. Solo logramos conocer la punta del iceberg, la superficie, una pequeña porción de la totalidad. Hay gente que cree conocerme. Pero hay tantas cosas de mí ocultas. Tantos hechos, acciones, personalidades... Pero no hay nada más excitante que el que una persona te vea como si tuviera pleno conocimiento, mientras devuelvo la mirada sumisa de "Sí, soy todo eso que tu crees que soy" y que plácidamente sonrían y se vayan con calma a su lecho nocturno.

No, no soy eso que todo mundo cree. Soy totalmente otra cosa. Una mirada sin fuga oculta en la cinta de un zapato mojado. Lo que nunca les pasaría por la mente. Lo que conocen es mi antifaz. La cara que doy al mundo. La rebeldía que oculta mis emociones. El llanto tierno sobre la trágica desverguenza. La seriedad humedecida por el vapor de la carcajada.

Cuando iba en quinto de primaria mandaron a llamar a mi madre de la dirección. Cuando le dijeron que una niña de sexto (Wendy) me buscaba pleito por un niño (Iván) -la eterna historia de mi vida- mi mamá aseguró que no podía ser. Su hija era una santa. Dijo determinadamente.

Cuando estaba en la secundaria mis amigas le decían "Su hija tiene un carácter muy fuerte", y mi madre ponía cara de what? Entonces comenzó a comprender que no solo era la hija abnegada y chillona que tenía en casa. Era más que eso: llevaba una doble vida. No le importó mucho, puesto que la cara que ella me conocía era la de la tierna hija que hacía todo lo que le ordenaban, quien la apoyaba en sus momentos más duros. Entendió que se había llevado la mejor tajada.

Entonces cada vez que la mandaban a llamar de la escuela por pleitos entre estudiantes o porque me había hecho la pinta para irme con mi noviecito le decía a la orientadora " No puedo estar viniendo siempre, así que le suplicaré que solo me cite cuando haya algo realmente importante". De ahí en adelante ya no le llamaron, sólo se dedicaban a ponerme los reportes necesarios.

Cuando comencé a andar con alguien catorce años mayor que yo mi mejor amiga cayó sorprendida. No lo podía creer. Cuando me fui de la casa mi mamá casi me deshereda. Y así, una larga lista de sorpresas con amigos, novios, familia... Creo que es por eso que la mayoría de mis exnovios son mis amigos, porque en el fondo no creen que en mí habite la maldad suficiente (por decirle de algún modo) para hacerles las chingaderas que les hice.

Nadie me conoce realmente. Y me place. Cuando creen que ya me saben, que mis reacciones son esperadas, que pueden leer mi miradas, que pueden predecir mis acciones... !Zas! La estocada final. Corto las orejas y el rabo y todos los personajes -femeninos y masculinos- que habitan mi interior se ponen de pie en una sórdida ovación.

1.4.12

Sabía que necesitaba un corte de pelo. Por lo menos un despunte. El espejo y el cepillo me lo recordaban desde hace más de dos semanas. Me decían que era hora de ir al estilista, a malgastar cien pesos. También tienes que pintarte el cabello, si es que no quieres evidente signos de tu edad en él.

No soy de las que llora cuando un corte no les gusta. Siempre pienso que es una parte que vuelve a crecer. Lloraría si hubiera un rito donde tuviera que cortarme periodicamente los dedos, o las orejas. Mi madre estudió para estilista. Cuando se dio cuenta de que era una divorciada con tres hijas y sin prepa a los 26 años, optó por estudiar el arte de la vanidad femenina. Nos utilizó a mis hermanas y a mí como sus conejillos de indias. Cada semana estrenábamos un corte distinto: en capas, grafilado, con flequillo largo, corto, chino, lacio, mechones blichiados, manicures... en fin. Tenía ocho años, iba a tercero de primaria y estaba enamorada de un niño a quien le gustaba mi mechón teñido del copete.

Se hizo de su kit indispensable, el que aún después de 20 años conserva, y comenzó a trasquilar a todos los de la colonia por la módica cantidad de 20 pesos. Sobre todo eran hombres quienes acudían a pagar por sus servicios. Siempre nos alentó a que probáramos cortes distintos, que no nos estancáramos en uno solo. Es por eso que las fotografías de mi niñez tengo looks tan variados.

Cuando murió mi padre decidí no cortarme el cabello, ni siquiera las puntas. Dejar que creciera como se le diera la puta gana. Así se me formó una mata hasta la cintura. No me crece rápidamente, no sé si sea cierto que si te lo cortas en luna llena te crece más rápido, o si te bañas con champú de chile o si... no sé, nunca he probado. Al final de la prepa tuve que tomar un decisión: ser monja o estudiar literatura. Me decidí por la segunda opción, a tal grado que no quise saber una palabra más del evangelio, dejé de ir al coro de la iglesia, a misa hasta dos veces por domingo. Tomé unas tijeras y me corté el pelo. Así, yo sola. Sin haber estudiado antes ninguna chingadera. Y así me quedó.

Mi madre aplaudió la azaña. Aunque al día siguiente me llevó con la estilista para que arreglara el desastre que traía en la cabeza. Al día siguiente entré a mi primer día de universidad. Como nadie me conocía, no hubo quién reparara en mi drástico cambio, no tanto fue por rebeldía, si no porque ya no era la misma. Era otra etapa de mi vida.

Desde esa vez, cortarme el cabello es un signo de que cierro círculos de mi vida. Tal vez metafóricos. Pero el cerrar también significa que abro otros. No conscientemente, pero cada vez que pago por un corte sé que se acerca un cambio. Que ya no seré la misma. Aunque lo siga siendo. Cuando el espejo me dice que necesito desesperadamente un cambio de look, quiere decir que comienzo a estancarme. El mejor ejemplo es que en toda la universidad pasé por looks muy distintos y mi vida sentimental era un sube y baja.

No había tenido fleco desde los ocho años, cuando mi madre hacía sus experimentos. Ayer que fui a la estética me hicieron esperar cuarenta minutos. Le marqué a mi hermana para saber qué opinaba ¿me hacía fleco o no? No contestó. La desición estaba en mis manos, aunque J me había dicho muy determinante: "De ninguna manera, no te gustan tus cachetes y los vas a hacer más evidentes, además de que ocultarás tus ojos y sin contar que tienes la frente pequeña y la cara se te verá más achatada. No está de moda". Nada alentador. Pero, al mismo tiempo, ahí mismo tomé la desición: lo haría. Es solo cabello. No son dedos. Volverá a crecer. Y sus palabras eran lo peor que me podría pasar.

La chica me llamó a que me sentara. Le dije que sólo quería un despunte y que además me hiciera fleco. Nunca me habían jalado el cabello de tal manera. Ni golpeado con una secadora. Lo consideré un buen augurio. Cuando llegó a la parte del tupé (como le decía mi madre) me preguntó ¿de frenre o de lado? De frente (auque no tenía ni idea de lo que significaba). De frente se te abre en dos. Es que me lo peino de lado, la mayoría de las veces. Entonces de lado. Cuando lo estaba peinando me señaló incómodamente los remolinos que se me hacen. Sí, pensé, pero para eso te estoy pagando, es tu pinche trabajo.

Salí mentándole de madres por el trato, aunque el corte no estuvo tan mal.

Al llegar a la casa me dijo "te ves guapa". Pero en el espejo solo atino a ver a una niña de ocho años, su madre estudia cultura de belleza, su padre le paga viajes al D.F. todas las vacaciones largas y está enamorada de Daniel, a quien le encanta su fleco, aunque no esté teñido.








19.2.12

Todas las parejas, la pareja

Todas las parejas son la misma.
Se toman de la mano,
la observan,
ven las venas saltantes.
las tocan,
se miran a los ojos
y se aprietan fuerte,
como si compitieran,
como si quien tuviera más fuerza
amara más o deseara más.

Todas las parejas son una sola.
El amor es repetición
hasta el vómito.

La primera vez es placentero.
Luego es eructo.
La garganta se sensibiliza,
entonces arrojar violentamente
el contenido estomacal
es fácil,
instantáneo.

Todas las parejas, la pareja.
Las veo en el metrobús
tomadas de las manos.
A todas: una sola.
La hora exacta en el que los desechos
comienzan a ceder
y confunden las cavidades de desagüe.

Relaciones resumibles.
Parejas.
Todas.
La misma.

Runninng Thunder

Un video estático de Steve McQueen y sentir todo el interior.
Reconocerme en un caballo muerto sobre la hierba.
Reconocerme en su quietud, en su mirada, en las moscas que lo rodean
Y sentir, al mismo tiempo, la brisa, esa que presagia que aún estoy viva.
El aire acondicionado no es suficiente,
hormigas, de esas que odio, recorren mi epidermis, me sonrojan.
Ser un video estático de Steve McQueen
una muerta a la que la brisa recorre sin sentirla.
Ya no.
No soy la misma y Steve McQueen me lo dice.
No soy la misma
y la mano me toca para decirme que es hora de salir
de la confusa proyección.
Palpa mi mortalidad.
No, le digo.
Y me quedo. Sigo viendo un caballo muerto
tal vez por horas o días.
Pero está muerto
y las moscas lo rondan.
Ellas saben que ha dejado de vivir
¿Lo sabrá él?
¿Sabrá que he dejado de vivir?
Luego la sensación primera de unos conos de espuma en mis manos
Y sentir que sí, que puedo.
Que ese caballo respira.
Esa mano ya no me es suficiente
Ya no la siento
Tal vez sea hora de volver a mí.

12.2.12

¿Hay alguien ahí?


Si es que algún despistado lee esto, éntrele a Valderrama

La música carnavalezca llega desde la calle. Entre la somnolencia me percato de que el tianguis sabatino ha comenzado. No abro los ojos, pero él nota en mi respiración que ya no me encuentro sumergida en el sueño. Me abraza y comienzo a fingir una respiración más pesada, como si me hubiera hundido de nuevo en el sueño. Murmura algo pero no le respondo. Si acaso entreabro la boca, signo inequívoco de que lo escucho desde la incosciencia.

Sé lo que quiere. Yo también lo deseo, pero la desidia me obliga a acallar mis instintos. Sólo de pensar en todo el ritual: él va al baño, se lava las manos con esmero, le da tres jalones a la pipa, me abraza, comienza a besarme, mete su mano helada por debajo de mis calzones, comienza a estimularme y pide con movimientos pélvicos que yo sea recíproca. Se sube encima, me quita el pantalón, se deshace de su ropa, me quita la mía dejándome sólo la camisa de la pijama, después me voltea, siempre debajo de las cobijas, ahora me subo yo, me quito la t-shirt, en cuclillas, después acostada y al final... No, no abro los ojos. Los mantengo cerrados y me volteo hacia el lado contrario. El me abraza, me susurra que me ama, obligándome a responderle. Yo también. Me besa. Tengo la boca pastosa, le digo. E, intuitivamente, sabe lo que eso significa.

Se levanta y va al baño. Tomo mi celular y abro Angry birds. No he podido pasar el nivel. Escucho el excusado. Dejo mi teléfono y cierro los ojos. El se acuesta cinco minutos más. Me pregunta ¿estás despierta? Mmmm, contesto, más amodorranada de lo que realmente estoy. Ya no aguanto la cama. Se levanta. Camina hacia la sala y escucho la computadora prenderse. Abro los ojos. Me acomodo para abarcar toda la cama. Puedo dormirme de nuevo, se me da fácilmente, pero prefiero mantener los ojos abiertos. Pienso en los pájaros. En lo que esos cerdos les robaron y me pongo triste porque no puedo ayudarlos.

Afuera comienza la tambora. Siento que vivo en el pueblo. Que es la boda de la hija de Doña Maye o el velorio de mi papá. La tierra cae sobre su féretro mientras una banda lo despide estrepitosamente, confundiéndose con el llanto de los dolientes. Pero nada ensordece más que la tierra cayendo inaplazablemente sobre la madera que contiene el cuerpo de lo que fue mi progenitor.

Tomo mi celular. Comienzo a matar cerdos. Como el que mataron el día de su entierro, como si fuera un festejo. Como si hubiera ganas de comer. Entonces me dan ganas de matar a los estúpidos pájaros, que nadie se los come, más que los gatos.

Como la gata de mi infancia que, en un mínimo descuido, la encontraba desplumando alguno en el rincón de la sala. Al final, estaba tan vieja que se orinaba en los sillones. Un día desapareció. Mi hermana lloraba su ausencia hasta que mi madre confesó una verdad a medias: la había regalado. Pero, ¿quien iba a querer una gata senil que se miaba donde le daba la gana? Aún hace poco le pregunté a mi madre, le dije que ya estaba grande, que me dijera la verdad, y me respondió que se la había dado a una señora que adoraba los gatos. Cómo si el cielo de felinos existiera. Como si todavía tuviera cinco años.

Entonces dejo el teléfono y escucho los tambores resonar, mientras un teclado abajo escribe con rapidez y una música lejana dentro de los audífonos disfrazan en sus oídos el retumbar de la música callejera.

Callar. Mi hobbie favorito. Disfrazar. La excusa perfecta.

Acostada boca abajo con las piernas extendidas y abiertas me pregunto qué hubiera dicho mi padre. Qué pasaría si viviera y habitáramos la misma ciudad. Ayer entré a mi Facebook y me di cuenta de que una de mis medias hermanas apenas había abierto un perfil. Dicen que se parece a mí. Que es la viva imagen de mis 16 años. Tiene los ojos grandes, los labios gruesos, pero le falta la inocencia que yo tenía en esos años. Le falta vivir la muerte de su padre, jamás escuchará la tierra cayendo en su féretro. Seguramente la música de tambora no le dice nada, no le recuerda nada. No sabe su significado verdadero. No sabe lo que es una despedida. Una definitiva.

Entonces le grito. Pero tiene los audífonos puestos. Pienso en qué haría si tuviera que dar otra despedida definitiva, seguramente algún día tendré que darla a alguien más. Grito más fuerte su nombre. Escucho cómo se quita la música de encima y me dice "voy".

Cuando llega me encuentra desnuda. Las despedidas siempre me han excitado. Entonces se mete al baño y comienza a lavarse las manos cuidadosamente.

29.1.12


No puedo escuchar mi voz cercana. Se pierde entre los llantos de una felina ajena. Se desteje de maullidos. Comienzo a desprenderme. Los as bajo el sombrero del mago no surten su efecto. Solo son un truco de mieles y excremento.

No recuerdo cuándo fue la última. Me miento. No tolero el dolor conocido de la insatisfacción. La mano nostálgica de la soledad. Su caricia breve pero certera y solitaria. Pensamientos femeninos para tratar de llegar a aquello que me seduce pero que ya me es lejano sin haberlo poseído.

Tal vez, y sólo tal vez, sea el afán avaricioso del deseo. Agregar un nombre a la larga lista de desencuentros fortuitos. Tal vez, y sólo tal vez, es el pago de los intereses. El crédito me sobrepasó. Estoy en deuda y debo ceder. La gran pregunta es quién es mi banco. Quién es mi dios.

Todavía no lo logro. Dejar de pensar. Pensar que todo pasará. Que terminará antes de que comience la función. Sin intermedios. Pero un resquicio interno sueña con la eternidad. Esa de mentiras.

Busco conyonturas por donde filtrarme. El obstáculo del fin no puede ser lo último. Me repito. En la pared de los créditos no debe aparecer mi apellido. Solo en el frío desdibujado en mi almohada. Un doble habitante. El desprendimiento del deseo.

Soy mi propio doble. No son necesarias las preguntas metafísicas. Al final solo soy cuerpo. Un ente desposeído que busca lo insustancial de lo físico. Solo al final soy cuerpo.

Soy cuerpo solo al final.

22.1.12

Blogoterapia lacrimal

Aunque uno crea que ya está curtido en cuestiones mudancísticas, lo cierto es que nadie sabe lo que pueda enfrentar a la hora de la hora. Por ejemplo, y lo digo hipotéticamente, salir más tarde de lo previsto de la chamba, que te de una infección memorable en la garganta (y por lo tanto todo tu cuerpo no responda a las indicaciones del cerebro), que sea tu primer día de menstruación -bien, esto no aplica para hombres- y, por lo tanto, además del dolor de garganta, cabeza, cuerpo, somnolencia (por aquello de la empastillada) se unan los hermosos cólicos menstruales y el mood tristón de "nadie me quiere y a nadie le intereso", junto con el mar de lágrimas que nublan la vista para empacar o acomodar cajas.

Y me detengo en esto. El mar de lágrimas. El valle de lágrimas. Estoy pensando muy seriamente tomar terapia psicológica. Siempre le he rehuído. Digo que no sirve de nada. Que solo va gente que no se conoce a sí misma, porque la respuesta a todo, en realidad, siempre está en uno mismo. Pero comienzo a creer que las lágrimas son un problema que no conozco.

(Aquí abro un paréntesis porque estoy enferma y los ojos se me cierran, por lo que quiero aclarar que si notan errores sintácticos, gramaticales, semánticos o wereber no me juzguen tan duramente porque seguro me soltaré llorando)

Veamos. Analizaré el tema lo poco que pueda en el estado en que me encuentro.

Primero. Siempre me he considerado una persona que no llora fácilmente. De hecho, en ocasiones que la gente llora en mi hombro me siento mal por no poder llorar con ellos y hasta trato de hacerlo infructuosamente. Esa maña se me ha quitado, pues si no lloro lo deben de entender ¿que no?

Mi madre tiene varias anécdotas de mis llantos o no llantos de cuando era bebé. Dice que cuando tenía unos meses de nacida no lloraba, y cuando dice "no llorabas" es en toda la extensión de la palabra: no lloraba de hambre, ni cuando tenía el pañal sucio, no lloraba de sueño porque dormía plácidamente, no lloraba para que me cargaran, o por aire cuando me daban mamila, es decir: no lloraba. Fue tanta su preocupación, pues yo era la segunda y la primera le había salido muy latosita, que me llevó al médico para que diera su pronóstico. Mi doc me analizó, me pesó, me auscultó y todo lo que hacen en un chequeo general, y dijo que me encontraba en perfectas condiciones (nací pesando 3.800 kg por lo que era regordeta). Mi madre insistió en su preocupación. El médico, enfadado (supongo, porque no lo recuerdo), me quitó un calcetín y me aplastó el dedo gordo del pie. Yo solté un tremendo berrido que se fue aminorando a los segundos, algo así como "!cuñaaaaaaaaa! !cuñaaa! !cuña! cuñ..." hasta quedarme nuevamente dormida. Veredicto del especialista: su hija está sana y en perfectas condiciones, lo que pasa es que es una huevona.

No sé en qué momento cambió todo. Mi madre cuenta que a los tres años lloraba cuando veía hormigas o moscas. Así es, insignificantes bichos hacían que unas lágrimas regordetas cayeran sobre mis mejillas (también regordetas) aterrándome con su sola presencia. De ahí todo lo que recuerdo es llanto tras llanto. Cuando mi madre me regañaba y era mi culpa, lloraba. Cuando mi madre me regañaba y no era mi culpa, lloraba. Cuando mi madre regañaba a alguna de mis hermana, lloraba... y así pasaron unos 12 años, hasta que entré a la secundaria, que creo fue donde menos lloré, aunque si veía que mi mamá la pasaba mal con sus novios o por falta de dinero para darnos de comer, sí, lloraba.

Después vino la muerte de mi papá y mi entrada a la iglesia y ahí de nuevo comencé a llorar por todo. Al final de la prepa se me quitó un poco, y desde la uni por lo menos una vez al bimestre lloro todo un día con o sin razón.

La cosa se complica con mis relaciones sentimentales. En una discusión (tenga o no tenga la culpa yo) lo primero que hago es llorar y de verdad, lo juro por mi apá, que hago todo todo pero todo lo posible por no hacerlo. Odio los chantajes sentimentales y para nada mi llanto es uno de ellos. Siempre me preguntan "¿Pero qué te pasa, por qué lloras?" y con todo el llanto del mundo solo atino a decir "no sé". Y no es un no sé o no es nada de esos que las mujeres se sacan de la manga para que le sigan preguntando o las apapachen. Realmente no sé por qué lloro y ese es mi gran problema. Nunca me creen, siempre piensan que guardo un as bajo la manga o que me siento culpable por algo vergonzoso que hice, pero es meramente verdad, no sé por qué lloro.

Ayer, durante toda la mudanza estuve llorando. Y cuando digo toda la mudanza me refiero a toda la mudanza. Desde que me levanté, empaqué, hice de desayunar, me bañé, le abrí al personal de mudanzas, me fui con ellos al nuevo depa, descargaron las cajas... lloré, lloré y lloré. No podía dejar de hacerlo y fue más que desesperante. "Esa caja arriba (lágrima cayendo)", "Esa está bien abajo (lágrima resbalando)", "Ahí está bien (vista nublada)".

No me decían ni preguntaban nada, pero era evidente que se daban cuenta. No me importa en verdad lo que la gente piensa cuando lloro, o cuando me agarra a mitad del metro. No me importa que digan "ese con el que va seguro la hizo sufrir" o "¿no puede esperar a llegar a su casa para llorar?". Debo tener algún mal. Algún síndrome llamado Valle de Lágrimas. Tal vez mis lacrimales tienen alguna enfermedad incurable. De hecho no sé de dónde me sale tanta pinche lágrima.

Mientras escribo esto no lloro. Estoy tranquila. Aunque sé que en cualquier momento puede volver. Es inesperado. De repente comienza a bullir un caudal salado que no para hasta que se le da la gana. Ayer cuando iba en el carro con los de la mudanza (llorando), pensé "Pobres, han de ganar tan poco" y el río no se hizo esperar, salió desbordado. Ahora más en calma pienso que es más triste mi situación y ni siquiera puedo llorar por eso.

Mi teoría: En términos generales soy una mujer fuerte, que impone murallas para no salir lastimada. Me gusta rodearme de pocas personas, pero cien por ciento confiables, que serían algo así como pilares de una presa. Cuando alguien cercano a mí tambalea el agua de la presa sale disparada. El caso aquí es que no me doy cuenta de cuáles pilares son, es un poco más intuitivo que no le es revelado a la parte consciente de mi cerebro.

¿Necesito terapia?
Si me aseguran que me ayudará a desaparecer mis ataques de llanto, lo pensaré. Mientras tanto seguiré utilazando el blog con fines terapéuticos.

15.1.12

Reflexiones mudancísticas

Aunque cada vez siento más cerca la mudanza (que, por cierto, está más cerca cada vez), hago lo menos posible por empacar. Una más, una menos. Lo cierto es que dije, lo afirmé, que no extrañaría nada. Pero cada vez que recorro el camino hacia mi pequeño departamento, no puedo dejar de mirar los edificios, los personajes que habitan la colonia.

Fui a comprar carne y pensé "¿Debo despedirme del carnicero? ¿Será que le tengo que avisar que esta es la última vez que lo visito?", pero sólo atiné a decir "Medio kilo de falda". "¿Otra vez hará salpicón?". Me conoce, sabe lo que cocino, o cree saber lo que cocino, porque para fines prácticos le digo que es carne para salpicón cada vez que deseo hacer tostadas de carne deshebrada estilo sinaloense. Una vez le dije que era para caldo, y me dio mucho hueso, otra le dije que era para deshebrar y me dio mucho cuero. Cuando le dije que era para salpicón, el cual sólo he hecho una vez en mi vida, me la dio perfecta, tal y como la necesitaba. De ahí toda la falda que compro es para salpicón.

La señora de los tacos de guisado tiene más de tres semanas que no se pone. Siempre que son vacaciones se toma una semana antes y una semana después. Ella sabe que siempre le compro de huevo a la mexicana con frijoles. Lo que no sabe es que siempre que me acerco pienso "esta vez comeré algo distinto, probaré algo nuevo". Cuando llego y me pregunta "¿De huevito con frijoles? Hoy salió muy bueno", ya no pienso en los otros platillos y acepto, como quien acepta su caída sin meter las manos. Espero que esta semana ya se ponga. Lo más seguro es que no me despida de ella, no con palabras externas, sino para mis adentros. Diría J que es imposible hacerme hablar.

Otra más: la señora de los jugos. La primera vez que fui y compré un jugo verde (no tanto porque quisiera adelgazar, sino porque recién lo había probado en un restaurante y me gustó) trató de venderme unas pastillas naturistas para bajar de peso. Tal vez llegan muchas mujeres obsesionadas con su masa corporal, pero definitivamente yo no era su target (aunque tal vez debería haber aceptado su promoción). Tres veces a la semana pasaba a comprar mi jugo verde (naranja, piña, nopal, perejil), solo cuando andaba con principios de resfriado le pedía un antigripal (naranja, piña, limón y miel). Siempre decía "gracias" cuando me iba, lo que me generaba confusión, porque muchas veces lo hacíamos al mismo tiempo. ¿Dónde compraré mis jugos?

Siempre que me mudo pasa lo mismo. Pero a la vez reconozco ciertas manías. Cuando me salí de casa de mi madre no extrañé nada. Me fui a la nueve. Después me fui a Otay y me di cuenta de que siempre iba por mis tacos de chile relleno, los de birria, a comprar con el albino del Oxxo de la esquina, el café de la nueve, aunque nunca iba sabía que estaba ahí y me gustaba verlo cuando abría el portón de mi pequeña casa, donde pasé, tal vez, los mejores años: la universidad, trabajar en el Cecut, vivir sola, completamente, con miedos a las tres de la mañana, podía bañarme tres veces al día si así lo deseaba, tener insomnio y levantarme a escribir, se acabaron las visitas a los moteles, tenía mi casa para hacer y deshacer. Después vino la Pío Pico, a la vuelta de la nueve, y de Otay básicamente no extrañé nada, ¿cómo extrañar que el vecino de arriba se levantara a las seis de la mañana y pusiera las noticias a todo volumen?, ¿o que mi "compañera" dejara todo desordenado por la casa o que no pagara la parte de los recibos? De la Pío Pico siguió la Ruiz Cortínez y, sobre todo, extraba lo céntrico, tener una cama para mí sola, levantarme y hacer el ruido que se me viniera en gana, que una amiga pudiera llegar a las tres de la mañana porque estaba muy borracha para manejar. Pero así es la vida en pareja. Luego, casi casi por cuestiones económicas, mudarme a mi casa, ponerle piso, comprar más muebles, acondicionarla. Y ahí faltaban la panadería con sus empanadas de calabaza, los tacos el Gordo y sus tostadas de carne asada después de una peda en el centro, el patiecito donde Camila salía a caminar y comer gusanos... Al final vino el D.F. y de Quinta del Cedro no extrañé absolutamente nada.

Las mudanzas se dieron en grados distintos, con personas distintas. Todo se confabuló para que no extrañara Tijuana. Si mi venida a la capital hubiera sido de cualquiera de las anteriores casas tal vez me hubiera dolido más. Si no nos hubieran chocado, si no hubiera muerto su abuelita, si no hubiera entrado Virgilio, si no hubiera...

Ahora la próxima parada es Roma Sur. Contrato forzoso de un año. No puedo tener mascotas. El agua está incluida. Puedo hacer reuniones. No tengo espacio de estacionamiento para mi auto invisible. Es de dos plantas. Incluye estufa. Es una buena zona. Solo falta esperar. Esperar a conocer a esos sujetos que ya están ahí. Que esperan a que me encariñe con ellos, sin que jamás lo sepan. Sin que me despida cuando tenga que despedirme. Sin que les diga que, lo más seguro, es que un día sean parte de un insignificante post.

5.1.12

Hay veces en las que preferiría ser hombre.
No pelear con las hormonas.
No poder embarazarme.
No hacer un maremoto en un barco de papel.
Que me apasionaran los deportes.
Y me prendieran las curvas femeninas.
Despertar sin pensar en qué me voy a poner.
Con qué blusa me veo menos gorda.
Qué maquillaje le va a mi atuendo.
Ponerme solo gel en el pelo para salir a la calle.
Sin preocuparme de mi ropa interior.
Sin que tenga que ser cómoda y bonita a la vez.

Hay veces en que preferiría ser hombre.
Y no tenerme que cuidar de los manoseos en el metro.
Que nadie me diga que soy brusca.
O grosera.
Al fin, seré hombre, y a nadie le importará.
Tener el puesto que me merezco.
Y que los demás hombres no se sientan intimidados
cuando hagan una broma sexista delante de mí.
No tener que sentarme para echar una miada.
Ni que la vejiga me reviente en la grotesca fila del baño.
Que no me cedan el paso al salir del elevador.
Que mis canas sean sexies.

Hay veces en las que preferería ser hombre
pero la mayoría de las veces, casi siempre,
me jacto de ser mujer.

De la complejidad de mis emociones.
De que puedo ser ruda cuando es innecesario.
Que siempre haya alguien que se preocupe por mí
si hago pucheros
De no tener que mendigar amor... ni sexo.
De tener la posibilidad de dar vida a otro ser
y renunciar a ello.
Provocar lascivas miradas masculinas... y femeninas.
Que todo me sea permitido porque "ando en mis días".
Que me quieran proteger y, al siguiente segundo,
succionarme las amígdalas.
Que me den aventón hasta la puerta de mi casa.
Que mi cuerpo sea un misterio, aun para mí.

Pero sucede que hay veces, muy pocas,
ocasiones contadas con las llagas de mi vientre,
que me canso de ser mujer.