19.2.12

Todas las parejas, la pareja

Todas las parejas son la misma.
Se toman de la mano,
la observan,
ven las venas saltantes.
las tocan,
se miran a los ojos
y se aprietan fuerte,
como si compitieran,
como si quien tuviera más fuerza
amara más o deseara más.

Todas las parejas son una sola.
El amor es repetición
hasta el vómito.

La primera vez es placentero.
Luego es eructo.
La garganta se sensibiliza,
entonces arrojar violentamente
el contenido estomacal
es fácil,
instantáneo.

Todas las parejas, la pareja.
Las veo en el metrobús
tomadas de las manos.
A todas: una sola.
La hora exacta en el que los desechos
comienzan a ceder
y confunden las cavidades de desagüe.

Relaciones resumibles.
Parejas.
Todas.
La misma.

Runninng Thunder

Un video estático de Steve McQueen y sentir todo el interior.
Reconocerme en un caballo muerto sobre la hierba.
Reconocerme en su quietud, en su mirada, en las moscas que lo rodean
Y sentir, al mismo tiempo, la brisa, esa que presagia que aún estoy viva.
El aire acondicionado no es suficiente,
hormigas, de esas que odio, recorren mi epidermis, me sonrojan.
Ser un video estático de Steve McQueen
una muerta a la que la brisa recorre sin sentirla.
Ya no.
No soy la misma y Steve McQueen me lo dice.
No soy la misma
y la mano me toca para decirme que es hora de salir
de la confusa proyección.
Palpa mi mortalidad.
No, le digo.
Y me quedo. Sigo viendo un caballo muerto
tal vez por horas o días.
Pero está muerto
y las moscas lo rondan.
Ellas saben que ha dejado de vivir
¿Lo sabrá él?
¿Sabrá que he dejado de vivir?
Luego la sensación primera de unos conos de espuma en mis manos
Y sentir que sí, que puedo.
Que ese caballo respira.
Esa mano ya no me es suficiente
Ya no la siento
Tal vez sea hora de volver a mí.

12.2.12

¿Hay alguien ahí?


Si es que algún despistado lee esto, éntrele a Valderrama

La música carnavalezca llega desde la calle. Entre la somnolencia me percato de que el tianguis sabatino ha comenzado. No abro los ojos, pero él nota en mi respiración que ya no me encuentro sumergida en el sueño. Me abraza y comienzo a fingir una respiración más pesada, como si me hubiera hundido de nuevo en el sueño. Murmura algo pero no le respondo. Si acaso entreabro la boca, signo inequívoco de que lo escucho desde la incosciencia.

Sé lo que quiere. Yo también lo deseo, pero la desidia me obliga a acallar mis instintos. Sólo de pensar en todo el ritual: él va al baño, se lava las manos con esmero, le da tres jalones a la pipa, me abraza, comienza a besarme, mete su mano helada por debajo de mis calzones, comienza a estimularme y pide con movimientos pélvicos que yo sea recíproca. Se sube encima, me quita el pantalón, se deshace de su ropa, me quita la mía dejándome sólo la camisa de la pijama, después me voltea, siempre debajo de las cobijas, ahora me subo yo, me quito la t-shirt, en cuclillas, después acostada y al final... No, no abro los ojos. Los mantengo cerrados y me volteo hacia el lado contrario. El me abraza, me susurra que me ama, obligándome a responderle. Yo también. Me besa. Tengo la boca pastosa, le digo. E, intuitivamente, sabe lo que eso significa.

Se levanta y va al baño. Tomo mi celular y abro Angry birds. No he podido pasar el nivel. Escucho el excusado. Dejo mi teléfono y cierro los ojos. El se acuesta cinco minutos más. Me pregunta ¿estás despierta? Mmmm, contesto, más amodorranada de lo que realmente estoy. Ya no aguanto la cama. Se levanta. Camina hacia la sala y escucho la computadora prenderse. Abro los ojos. Me acomodo para abarcar toda la cama. Puedo dormirme de nuevo, se me da fácilmente, pero prefiero mantener los ojos abiertos. Pienso en los pájaros. En lo que esos cerdos les robaron y me pongo triste porque no puedo ayudarlos.

Afuera comienza la tambora. Siento que vivo en el pueblo. Que es la boda de la hija de Doña Maye o el velorio de mi papá. La tierra cae sobre su féretro mientras una banda lo despide estrepitosamente, confundiéndose con el llanto de los dolientes. Pero nada ensordece más que la tierra cayendo inaplazablemente sobre la madera que contiene el cuerpo de lo que fue mi progenitor.

Tomo mi celular. Comienzo a matar cerdos. Como el que mataron el día de su entierro, como si fuera un festejo. Como si hubiera ganas de comer. Entonces me dan ganas de matar a los estúpidos pájaros, que nadie se los come, más que los gatos.

Como la gata de mi infancia que, en un mínimo descuido, la encontraba desplumando alguno en el rincón de la sala. Al final, estaba tan vieja que se orinaba en los sillones. Un día desapareció. Mi hermana lloraba su ausencia hasta que mi madre confesó una verdad a medias: la había regalado. Pero, ¿quien iba a querer una gata senil que se miaba donde le daba la gana? Aún hace poco le pregunté a mi madre, le dije que ya estaba grande, que me dijera la verdad, y me respondió que se la había dado a una señora que adoraba los gatos. Cómo si el cielo de felinos existiera. Como si todavía tuviera cinco años.

Entonces dejo el teléfono y escucho los tambores resonar, mientras un teclado abajo escribe con rapidez y una música lejana dentro de los audífonos disfrazan en sus oídos el retumbar de la música callejera.

Callar. Mi hobbie favorito. Disfrazar. La excusa perfecta.

Acostada boca abajo con las piernas extendidas y abiertas me pregunto qué hubiera dicho mi padre. Qué pasaría si viviera y habitáramos la misma ciudad. Ayer entré a mi Facebook y me di cuenta de que una de mis medias hermanas apenas había abierto un perfil. Dicen que se parece a mí. Que es la viva imagen de mis 16 años. Tiene los ojos grandes, los labios gruesos, pero le falta la inocencia que yo tenía en esos años. Le falta vivir la muerte de su padre, jamás escuchará la tierra cayendo en su féretro. Seguramente la música de tambora no le dice nada, no le recuerda nada. No sabe su significado verdadero. No sabe lo que es una despedida. Una definitiva.

Entonces le grito. Pero tiene los audífonos puestos. Pienso en qué haría si tuviera que dar otra despedida definitiva, seguramente algún día tendré que darla a alguien más. Grito más fuerte su nombre. Escucho cómo se quita la música de encima y me dice "voy".

Cuando llega me encuentra desnuda. Las despedidas siempre me han excitado. Entonces se mete al baño y comienza a lavarse las manos cuidadosamente.