26.11.12

Feliz cumpleaños a ti

Mi hermana me habla por teléfono. Es su cumpleaños.
Me pone en altavoz. Están a punto de partir el pastel, ese de queso y coco, comprado en el Café de la Flor, que tanto me gusta. Y escucho a todas. Esas voces femeninas que han llenado mi mundo y mis días de alegría. Sus risas por el auricular se me contagian. Con el timbre de su voz puedo intuir en qué lugar está sentada cada una. Ale, la cumpleñera,  a la cabeza. Caro frente a ella, al otro extremo. Mi madre al lado derecho de Ale. Fernanda al izquierdo. Mi sobrino anda de aquí para allá. De repente se escucha lejano. Otras más cerca. El teléfono está sobre la mesa. Prenden las velas y comenzamos todas a cantar. Por un momento me olvido de que estoy a miles de kilómetros de distancia. Casi puedo oler el café que se hace en la cafetera. Todas callan. Yo sigo cantando. Y entonces ríen. Me han dejado a cantar sola a propósito. Las pude ver haciendo mímica de callarse, para dejarme hacer el ridículo vía telefónica.
El canto termina. Mordida, mordida, comienzo a decir, y todas me siguen. Claro que no, primero tengo que apagar las velas, dice Ale. Yo te ayudo, grita Cristo. Se pone al lado de ella y casi puedo escuchar su respiración. A las tres: una, dos, tres. Aplausos. La foto. No, otra. ¿Esta sí salió bien? Qué bonitas salimos. Parte el paste, ¿Así o menos?. No tardan en escucharse reclamos de que es una coda, mientras ella alega que es su cumpleaños. ¿Qué opinas, hermana? ¿Les doy más?. No, es tu cumpleaños, debería ser para ti sola. Ándale, pues, dice mi madre.
Sólo faltas tú, hermana. El lamento. Sí. Sólo falto yo. Te dejo, para no tenerte aquí nomás escuchando. Y no se lo digo, pero lo pienso. No importa, quiero escucharlas. Quiero oír sus risas. Sus quejas. Sus gritos. Déjame en altavoz, deseo decirle. Porque así puedo sentirme cerca de esas mujeres que son mi vida. Las perfectas compañeras. Las mejores que pude tener. 

25.11.12

Lo lamento. Ser esa persona que soy. Con todos esos miedos. Complejos que me cercenan. Me hacen ser lo que soy. Nunca lo había lamentado tanto. Como hasta hoy. Justamente. Cuando los reclamos. Reproches sutiles. Se me vienen encima. Y todos. Absolutamnete todos. Son certeros. Nadie se equivoca. Lo sabía. Estaba semiconsciente de mi egoísmo. De mi frialdad. Pero hoy. Justamente hoy. Y cuando digo hoy me refiero a ayer. A antier. A hoy. Me lo han hecho saber de variadas formas. Creativas. Sentimentales. Reprochantes. Con palabras. Miradas. Con poesía.

Lamento ser esa persona que no se puede asir. Que se escapa entre los dedos como humo de cigarro. Que agrega un ladrillo a su muro con cada palabra tierna. Lamento ser esa persona que está. Y luego desaparece. Invisible. Para después hacer uso de su magia. Y regresar con una sonrisa. De naríz a oreja. Dar palabras de aliento. Y decir lo que se quiere escuchar. E instantes después. Esfumarse. Con una mirada que no se mantiene. Con unas pupilas que pasan de unos ojos a otros. Con manos acariciadoras de la tragedia.

Lamento que me gusten los finales tristes. Los personajes viscerales. Las novelas que estrujan el corazón. Que sea lo único que me haga sentir. Que las comedias y los cuentos de hadas me parezcan aborrecibles. Estar tan metida en mis fantasías, que solo me salgan palabras hiperrealistas. Tener tan claro el mundo donde vivo. Y tan difuso lo que quiero de mí misma. Y de los demás.

Pero si algo tengo a mi favor, es que lo sé. Siempre lo he sabido. Nunca lo he dejado oculto. Está a la vista de todos. Por que así soy. Y nunca lo había lamentado tanto. La fina capa de hielo se rompió y caí. Sobre él veo manos que tratan de rescatarme. La única salvación es no estirar mi brazo. Quedarme ahí. Hundida. Congelada.

Ya veremos si ese calor interno que presumo me salva.

Ya veremos.

19.11.12

Busco la manera de encontrarme. De volver a sentir eso. Por diversos caminos señalo. Para que me hayes.  No deseo dar instrucciones. De mí sólo encontrarás símbolos perdidos en el tsunami de palabras. La mirada estática. La caricia individualista. No me satisface. Pretendo casi lo imposible. (Y en ese "casi" radica mi esperanza). Que con pequeños movimientos. Miradas desviadas. Sutiles cambios en la respiración. Me comprendas. Te compenetres. No quiero hablar. Decir. Quiero esto. O deseo lo otro. Leéme. Intúyeme. Lo sé. Pido demasiado. Pido que sepan mi trama con la portada del libro. Pido que me compren envuelta en papel celofán sin siquiera conocer mi interior. No. No soy un best seller. Mis páginas están en blanco. Listas para ser escritas. Arrancadas. Quemadas. Borradas.

Escribe sobre mí. Con tinta indeleble. A mano. No importa que tu letra sea ilegible. Quiero sentir la suavidad de tu tinta sobre mi superficie. El oscuro arrebato del crujir de hojas en mis entrañas. Empieza. En la última. En la primera, En la del medio. Soy un libro sin continuidad. Puedo ser ese. El que quieras. Pero debo ser la absoluta protagonista de tu historia. Todo gira en torno a mí. Puedo ser ensayo. Poesía. Novela. Cuento. Puedo ser la buena. La mala. El hombre. La mujer. La niña. La anciana. La adolescente cautiva.

Pero no un secundario. Y jamás. Jamás. Un incidental.

18.11.12

Y entonces vino el recuerdo. Mi madre buscaba en la guantera. Y encontró lo que tal vez buscaba. La evidencia. Y lo bajó del carro. Y dio la media vuelta. Y le aventó sus cosas. El las tomó. Y dijo que pronto regresaría. Y eso jamás sucedió. Y entonces mi madre se queja. Dice que no sabe nada de su padre. Que mi abuela nunca le contó. Y se lo recrimina. Pero, a su manera, ella ha repetido su patrón. No sé nada de mi padre. Y cuando le pregunto sólo atina a evadir las respuestas. A decir que no sabe. De dónde provenimos. Que no escuchó mi pregunta. Que no la leyó. Que le pregunte a esa parte de la familia con la que evito tener contacto.

Quisiera saber. Quiénes eran mis abuelos. Quiénes mis bisabuelos. Quisiera saber qué padecieron. Qué los motivaba. Dónde nacieron. Qué parte de la historia vivieron. A quiénes amaban. Cuáles eran sus pasiones.

Sé. Que mi madre y mi tío no conocen a su padre. Que llevo un apellido que no me pertenece por herencia propia. Que mis abuelos son de rancho. Que la mayoría de mis tíos son mis medios tíos. Que mi familia paterna acogió a la otra familia de mi padre (la oficial y la extraoficial). Que a mi padre le gustaba el box. Que era carismático y coqueto.

Sin embargo, no sé cuáles eran sus sueños. Su plan de vida. A qué equipo de fut le iba. Si creía en Dios. Si estaba con algún partido político. Qué le llamaba la atención de una mujer. Cómo fue su relación con sus padres. Qué le hubiera gustado estudiar. Qué ciudad le gustaba más de la república. ¿Viajó al extranjero? Qué esperaba de sus hijas. Qué cualidades le gustaban de ellas. ¿Creía en el matrimonio? ¿O sólo se casaba por cumplir con la sociedad? Cómo le hubiera gustado que fuera su entierro. Estará conforme con dónde fue enterrado.

Quiero diez minutos. Sólo diez minutos. Para que me explique. Me diga quién es. Diez minutos me bastarán para preguntarle lo que no le pregunté en quince años.


"Serías una buena madre"

No sé cuántas veces habré escuchado esa frase. Como si fuera un estigma. Una buena madre. Como si supiera qué diablos significa. Como si los hijos no fueran a tener, siempre de los siempres, sus traumas y complejos debido a la relación con sus padres.

¿Qué es ser una buena madre? ¿No golpear a tus hijos? ¿Enseñarle qué? ¿Que la vida es color de rosa? ¿O que en la vida se sufre y hay que ganarse las cosas con tu propio esfuerzo?

Si tuviera un hijo. Si tuviera. Fuera parto natural. Nada como sentir el dolor. La sensación de un ser humano saliendo de tu cuerpo. Así, a la antigua. Así, para lo que el cuerpo fue diseñado. Así podría decir "yo te parí", "ya ni todo el sufrimiento que me hiciste pasar".

Si tuviera un hijo. Le leería todas las noches. Mi lectura del día. Le leería a Mishima, Kawabata, Dostoievsky. No me importa que no sean lecturas infantiles. Le leería poesía, cuento, novela, ensayo. Compartiría con él cada una de mis lecturas.

Si tuviera un hijo. No dormiría conmigo. Aunque me costara levantarme por la madrugada. Tendría que hacerse independiente desde un principio. Y saber, sin saberlo, que sus padres necesitan espacio e intimidad.

Si tuviera un hijo. Sería cariñosa, pero firme. Nada de teatritos con o sin visitas. Nada de berrinches. Para eso está la palabra. Para entender. Para eso están las acciones. Para ejemplificar.

Si tuviera un hijo. Si tuviera. Puedo planear aquí toda su educación. Pero lo cierto es que no lo sé. Y no lo sabré hasta que me decida algún día. Y lo más probable es que crecería en una guardería. Y tuviera que confiarle parte de su educación a extraños. Porque tendría una madre trabajadora. Que ama lo que hace. Que nunca estuvo dispuesta a guardar en un cajón sus sueños profesionales. Y esperaría que algún día lo agradeciera. Sin embargo, es más probable que creciera traumado porque su madre nunca le dio el tiempo suficiente. Porque lo dejaba dormir solo en un habitación contigua y a veces no escuchaba sus lloriqueos. Porque le leía cosas para adultos. Que hablan de traumas, de asesinatos, de infidelidades. Porque lo contuvo  en sus travesuras. Porque mis acciones no fueron lo que él esperaba. Porque el trabajo era más importante que sus festividades escolares.

Si tuviera. Pero no. No lo tengo. Y no lo sabré de cierto.