23.10.13

Melancolía



(Del lat. melancholĭa, y este del gr. μελαγχολία, bilis negra).
1. f. Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales, que hace que no encuentre quien la padece gusto ni diversión en nada.

 
Como que parece que voy pa' fuera. Pero nomás no salgo del hoyo. Si no es un problema emocional. Es de salud. O económico. O todo junto. Lo cierto es que ya pasaron ocho meses y no he podido estabilizarme. Ya estaba. Me había resignado a mi trabajo. Gasté una fortuna en tratamiento médico. Podía ya no sólo sobrevivir mes con mes, sino darme alguno que otro lujo. Emocionalmente estaba en vías de estabilizarme.

De pronto. Bum. De nuevo. La bomba estalla.

No soy víctima del destino. Esto es más que mera casualidad. Hay un trasfondo. Una melancolía resentida. El miedo sobredimensionado a no poder lograrlo. El fingimiento de una falsa fortaleza. La insatisfacción de no recibir lo que creo que doy. Pensar que otras personas tienen el éxito que yo deseo. Aunque sea una ilusión. Nadie tiene lo que quiere. Nadie nunca lo ha tenido.

Me aferro a no fumar. A creer que si lo logro podré hacer las cosas de las que me siento incapaz. Como levantarme de nuevo a hacer ejercicio. Como encontrar otro trabajo. Como escribir. Como hacer un proyecto del que me enamore. Amar lo que hago. Hace tiempo que no amo lo que hago. Que no siento la mínima pasión por nada. Ni por leer. Ni escribir. Ni ver películas. O series. Ni coger. Ni trabajar. Ni nada.

Soy un objeto inanimado.

Recuerdo cuando me entusiasmaban los nuevos retos. Ahora los veo venir y tuerzo los ojos. ¿Otro? ¿Neta? ¿Otro depa? ¿Menos dinero? ¿Más trabajo?

Yo no soy yo.
Esta no soy yo.

Estoy en alguna parte. Escondida detrás. De la apatía. El coraje. El pesimismo. La soledad. La falsa sonrisa. El derrotismo. La desesperación. El miedo. La melancolía. Ese bello y horroroso sentimiento.

18.9.13

El peso del recuerdo

Estoy sentada en la mesa de mi infancia. Cierto. Mi madre no tiene la casa más ordenada de mundo. Atesora sus más mínimas pertenencias como si fueran oro. Trata de cambiar su casa constantemente. Hay algo dentro de ella que le dice que esto pudiera ser mejor. Y cambia de colores. De acomodo de los objetos. Pero la verdad es que entrar a esta casa, con todas sus virtudes y sus defectos, me hace recordar épocas en las que todo transcurría en una paz muy agitada. El ronroneo del refrigerador. El constante motor de los carros sobre la calle principal. El ladrido al unisono de su jauría. La tenue luz titileante. El sonido de este silencio tan abrumador. Esta es mi infancia. Mi adolescencia. Mi despertar. Mis sueños. Mis pesadillas.
En estos cuatro años no había pasado tanto tiempo aquí. Y mi madre teme que me aburra. No ser lo suficientemente divertida para llenar mis espectativas. Pero yo solo quiero respirar este aire. Deseo estar acurrucada. En posición fetal. Y sentir que todo va a estar bien. Que este silencio me acompaña en mis ruidos. Que las lejanas sirenas norteñas las llevo en la sangre. Podré ser lo quiera fuera de aquí. Pero en Tijuana soy yo. En casa de mi madre soy la niña que teme salirse de su seno.
En en estos cuatro años no me había dolido tanto regresar. No se me había metido tan dentro de la piel el recuerdo y la nostalgia. Y entonces veo sus plantas. Su ropa amontonada. Su polvo sobre los muebles. Sus ganas de ser mejor persona. Su callado y estrepitoso dolor de soledad. Y quisiera quedarme. Estar aquí para ella. Pero sé que eso en poco o en nada cambiaría las cosas. Que mi momento lejos aún no termina. Pero el nudo se queda en mi garganta.
Estoy sentada en la mesa que papá compró cuando nos mudamos a esta casa. Esta mesa de la que mi madre, a pesar de sus esfuerzos, no se ha podido deshacer. Es el peso del recuerdo. De esos ayeres que no volverán. Y duele. Duele reconocerlo.

Amor y muerte

La gente se enamora. Esa es la verdad. La gente muere. Eso es inminente. Pero ambas cosas ponen al mundo es perspectiva. Ambas te hacen preguntarte el porqué. Pero para ninguna de las dos hay respuesta. Ambas solo suceden. Al destino, la vida, dios, o como quieras llamarle, no le importa que tú no lo entiendas. Que no tenga lógica. Si la tuvieran perderían su esencia mística. No tendrían razón de ser. Y le damos tantas vueltas al asunto. Tantos llantos. La función de una es que entiendas a la otra. O que la aprecies. Cuando amas te das cuenta del significado de la muerte. De que está ahí latente y que el temor de perder a esa persona en la que depositas tu amor. Es más grande que cualquier otra cosa. Cuando alguien muere caes en cuenta del amor que sientes por las personas. Por el mundo. Por la vida. Y deseas expresarlo. Más que en cualquier otra situación.
El amor y la muerte. Aferrarse a uno para alejar al otro. Intimar con el otro para apreciar el uno.

2.7.13

El paso del tiempo

La intensidad de los sentimientos no varía con los años. Cambia la forma de transformarlos en respuestas. Pero el enojo, el abandono, las mentiras, la desconfianza, la falta de interés duelen igual. Me hieren como me herían cuando tenía 15 años. La punzada en el corazón es la misma. La sangre sube igual de rápido a la cabeza. Las lágrimas se desbordan y resbalan igual por las mejillas. El insomnio sigue siendo pesado. Las ganas de gritar. De correr. No cambian.

Pero sí puede cambiar la respuesta. Con el paso del tiempo una tiene más herramientas para decidir lo que quiere para su vida. Y no sólo lo que quiere. Lo que le conviene. Lo que necesita. Son más factores lo que influyen. Y después de que pasa el dolor puede tomar decisiones más acertadas.

Al menos es lo que quiero creer. Esa es mi única esperanza.

Recién me preguntaba a mí misma si elegir no creer en el amor eterno era lo más acertado. Si el no creer hacía que inconscientemente fuera efímero. O si creer que existe una pareja para toda la vida hace que realmente suceda. Y, de alguna u otra manera, cada día obtengo mi respuesta.

2.6.13

Aniversario

Hace un año que comencé con la terapia. Ese viernes falté a una reunión postchamba. A las 8 de la noche estaba en el consultorio. Iba con nervios. No sabía que cambiaría mi vida. Tanto por no asistir a esa dichosa reunión, como por comenzar a ver mi vida de otra manera. Escudriñar rincones de mi psique. Abrirme completamente con una persona. Ser lo que soy. Sin ser juzgada. Sólo analizada. Y ese análisis la mayor parte del tiempo era mío. Caí en cuenta de mis formas de relacionarme. De dónde provenían. La decisión de no repetir patrones. Ha sido duro. Doloroso. Agradable. Sorprendente. No sé cuántas veces me convertí en un mar de lágrimas. O  cuántas fui totalmente apática.
Hoy mi vida es inmensamente distinta a hace un año. Tal vez lo sería igual sin la terapia. Pero me ayudó a comprender mi proceso. A aclarar mis situaciones. Y agradezco a mi psicoanalista. Fue la mejor que pude tener en esta primera etapa. Me hizo sentir que ese espacio era mío. Sin importar nada más. Y así lo fue.
Ayer, a un año, por razones circunstanciales, fue lo que espero que no sea mi última sesión. Hay muchas cosas que seguir trabajando. Mucho estrés acumulado. Muchas cosas qué superar. Trataré de hacerlo por mi propia cuenta. Y cuando esté de nuevo en circunstancias que me permitan regresar lo haré.
Mientras tanto. A seguirle dando. Que la vida no para. Que es una rueda que gira. Y a veces toca estar en la cima. Y otras abajo. En un lugar aplastante de donde sientes que no saldrás. Pero uno siempre sale para seguir el ascenso. La pregunta es, ¿dónde me encuentro ahora? ¿Toqué fondo y ya me toca un poco de altura? ¿O me falta estar más hundida para lograr el ascenso?
Sí. Tengo miedo. Pero la ruleta debe seguir girando.

19.5.13

Mi hermana tiene la culpa

Una idea ronda mi cabeza. Mi hermana tiene la culpa. Un día antes lo juraba. Decía que no. Que en definitiva no era lo mío. Que lo mío, lo mío, era el egoísmo puro. El hedonismo. Vivir para mis placeres. Emocionales. Carnales. Contemplativos. Pero luego llega mi hermana. Con sus noticias. Con que está feliz. Que suceda. Antes de sus treinta. Y pienso en cómo es posible. Y las lágrimas saltan de mis ojos. Y comienza a rondar la idea. Y si sí. Y si dejará de lado esa parte egoísta para darle rienda a otro egoísmo más superviviente. Más con cara de plaga y multitud.

Tal vez sea el momento. De sentar cabeza. De poder pensar en los placeres de alguien más. Y algo dentro de mí se estruja. Una parte me dice. No. Definitivo. Tú eres tú. No tu hermana. Y entonces Nuria me dice. No todas lo hacen por lo mismo. Tu búsqueda siempre ha sido de pareja. Sólo eso. o acaso, ¿algún día lo has soñado? ¿Has fantaseado con la idea? No. Le contesto.

Le cuento que cuando éramos chicas. Todas apostaban. Yo sería la primera. Siempre fui noviera. Siempre pensaron que yo caería primero en esas redes. Y me dice. Exacto. Una cosa no tiene que ver con la otra. Tu búsqueda siempre fue distinta. Por tu madre. Por tu padre. Las experiencias te llegaron de otra forma.

Y lo pienso. Efectivamente. Nunca fantasee con la idea. Ni cuando era pequeña. Nunca jugué con muñecas. No de ese modo. Nunca me llamaron la atención. Los roles familiares. Fui precoz. Quería encontrar a mi pareja ideal. Esa que tal vez no exista. Ideal no de manera telenovelesca. Más bien en el sentido de entrega incondicional. De ese amor que duele en los huesos. Que hasta el momento no he conocido. Tal vez lo busqué tanto que evito entregarme por completo. No. Pienso. No sufriré por ningún hombre. Como vi que lo hacía mi madre. Y luego pienso. No sufriré por los hijos. Como sufrió mi madre.

Pero entonces llega mi hermana con sus noticias. Y el mundo se me deshace de frente. Y pienso. Qué tengo yo. Un trabajo siempre en la cuerda floja. Un cuarto de servicio. Una tele sin control remoto. Hombres que me suben a un pedestal. Y que terminarán bajándome. Siempre sucede.

Mi hermana tiene un vientre que crece.
Yo un vacío egoísmo.

29.4.13

Pretérito imperfecto

El pasado siempre regresa. A veces de forma abrumadora y tortuosa. Otras de manera melancólica. En ocasiones como una brisa mañanera. Tal vez como reproche. O como recordatorio. Puede que oprima el pecho. Que haga reír. Que fastidie. Que no lo queramos recordar. O que por más que tratemos de hacerlo las imágenes resulten borrosas.

Siempre me he jactado de no ser una persona rencorosa. De perdonar fácilmente. De olvidar y empezar de nuevo. Pero tal parece que conforme pasan los años esa cualidad se va perdiendo. Quizá sea el cansancio. Pensar "¿por qué he de olvidarlo?, ¿por qué le daré un privilegio que no se merece?".

Quisiera poder hacerlo. En verdad. Acarrea menos problemas internos. Estos últimos días lo he intentado. Perdonar. Olvidar. Seguir con mi vida. Pero traigo, no una, varias agujas clavadas en el pecho como si éste fuera de algodón. Y no quiero sacarlas. Son un recordatorio de la confianza que debe ser ganada. No entregarse así como así. Al peor postor.

¿A cuántas oportunidades tenemos derecho?

El pasado siempre regresa. A veces en forma de correo. O de mensaje. De una llamada. Una mirada. Tal vez en forma humana. O abstracta. Una fotografía. Un vagón. Un link. Un pensamiento. Un chiste. Como sabor. O sensación. Llama a la puerta. Leerlo. Contestar. Mirarlo. Entenderlo. Descifrarlo. Subirse. Darle clic. Enajenarse. Reírse. Probarlo. Sentirlo. Abrirle. Es una decisión. Una oportunidad. Que termina en acierto.

O en error.

7.4.13

Artículos indefinidos


Un colchón virgen.
Un baño funcional.
Una tele sin cable.
Unas tortugas dormidas.
Una pizza fría de dos días.
Un cenicero lleno.
Unos libros en el piso.
Una maleta vacía.
Un boiler prendido.
Unos zapatos desordenados.
Una cartera triste.
Una mesita de madera.
Un teléfono silencioso.
Una puerta cerrada.
Una ventana media abierta.
Un. Una. Unos. Unas.
Un día de estos...
Hay algunas cosas que no cambian. Otras parecen que cambian. Pero no es cierto. Todos sabemos que es un engaño. Y hay otras que sí cambian. Y los cambios que verdaderamente suceden son los más sutiles. Los casi imperceptibles. Los que tal vez nadie nota porque comienza con algo muy pequeño en el interior. Un cosquilleo. Un pensamiento fugaz. Que poco a poco se aloja en la mente y crece conforme pasan los días. Porque suceden cosas que hacen que regreses a él. Así, poco a poco, se convierte en un estilo de vida. Y sucede cuando menos lo imaginas.
Las personas no cambian de la noche a la mañana. Pueden comenzar a hacer cosas. Y eso ayuda. Claro. Pero no me vengas con el cuento de que "soy otra persona".
No lo eres.

24.3.13

Reconocimiento

La visión de la vida cambia cuando eres dueño de tu tiempo. Parece fácil de entender. Pero cuando por más de cinco años tuviste que compartirlo, ponerte de acuerdo en qué hacer y qué no. Ceder o convencer. Compartir las horas de sueño y levantarte porque la de al lado ya lo había hecho. O ya no querer dormir y seguir acostado para no perturbar el sueño del otro. O tener un escaso menú para los fines de semana. Pensar en la hora del regreso. En la de salida. Compartir amigos que a veces no tienes ganas de ver. Pensar en que tienes que "cumplir". Pero, bueno, así es esto. No es que te obliguen. Es que lo haces por amor. Y después por costumbre. Te acostumbras. Y cuando todo eso desaparece. Cuando no hay nadie a quien puedas despertar. Cuando puedes comer lo que se te pega la gana. Decidir si sales con alguien o no, no por razones ajenas, sino por tu propio antojo. Cuando sabes a qué hora irte. A qué hora regresar. Cómo gastar tu dinero. Hasta qué hora leer. Apagar la luz. Cuánto beber. Sin necesidad de explicación. Sin necesidad de convencimiento. Ni de ceder. Te conoces. Comienzas a reconocerte. Soy esa. Siempre lo fui. Adormilada. Abrumada. Pero ahora despierta. Con poder absoluto de decisión. En las cosas nimias. En las importantes.

Esta soy yo.

17.3.13

del uno al diez

nunca cuentes con una persona que te dice
siempre puedes contar conmigo
nunca
porque quiere decir
puedes contar conmigo cuando tenga ganas cuando se me antoje cuando ande de humor cuando me sobre tiempo cuando no tenga otra cosa más interesante que hacer cuando no esté cumpliendo con mis deberes cuando te quiera cuando te desee cuando pueda escaparme cuando te necesite cuando me hagas reír cuando me quede solo cuando mi bondad actúe por sí sola cuando no representes un peligro cuando me cancelen cuando no haya otra persona más importante cuando no haya fiesta cuando no me observen cuando no me aburra de ti
nunca cuentes con una persona que te dice
siempre
porque significa
nunca

10.3.13

Cartas sobre la mesa

Llegó la hora de las cajas. Las idas y venidas. La separación de bienes. Las despedidas definitivas. Las idas al cine sola. Insomnios sin ronquidos de por medio. Llegó el momento de la reconstrucción. De comprar un colchón. Y una lámpara. De pagar por un espacio. Y los servicios. Y ver que alcance para la alimentación. De leer si hay ganas. De callar. De llorar sin público. De dejar de fingir. Dejar de tratar de conocer y emprender la siguiente temporada de la vida.

Por más que creas conocer a una persona, no, nunca lo harás. No te ilusiones. Podrás conocer una capa. Tal vez dos. Si tienes suerte llegarás a la tercera. Pero nunca sabrás cuántas capas tiene. Qué es lo que esconde. Y no en el sentido consciente. Así que deja de perder el tiempo. No te quiebres la cabeza pensando en por qué hizo tal o cual cosa. O es que acaso ¿te conoces a ti mismo?

Cuanto más pasas tiempo con una persona, mayores son sus misterios. Sus íntimas intrigas. Sus deseos. Malestares. Sus gustos. Qué es lo que pretende. Uno se pregunta. Y tal vez ni esa persona lo sepa. Pero, ¿qué es lo que pretendo? Y ahí está el dilema. Pero una vez que lo sabes. Que tienes la certeza de lo que quieres y no en tu vida, ya no importa si conoces o no a las personas. Eso pasa a segundo plano. Porque sabes lo que quieres de ella. Y pondrás las cartas sobre la mesa. Y sabrás si quiere lo que deseas. Y si no. Gracias por participar.

Llegó. Estoy lista para el éxodo.

6.3.13

Ecos

Me preocupas.

Al mal paso darle prisa.
No hay mal que por bien no venga.
Después de la tempestad llega la calma.
¡Ánimo!

Puedes contar conmigo.

Cuando una puerta se cierra se abre una ventana.
Todo va a estar bien.
Las cosas suceden por algo.
Piensa positivo.

Lo lamento.

---

Cuando las palabras se convierten en el eco lejano de tu cuerpo vacío...

3.3.13

Ciclo

Dos personas se conocen. Se atraen. Un día se besan saliendo de un bar. Después van a un téibol. En la madrugada, cuando el amanecer comienza a vislumbrarse, ella lo invita a entrar a su casa. A oscuras se besan. Se tocan. Él mete una mano en los pantis de ella y le dice "Quiero tener mi boca donde está mi mano". Y la tiene. Y ella cierra los ojos. Y él le dice ábrelos. Y los abre. Y jamás vuelve a cerrarlos. El amanecer entra por las persianas. "Tengo que irme". Y ella le pide que se quede. Entonces se duermen. Y en unas horas él se despierta y se va a su casa. Con la mano en su nariz todo el camino recuerda el olor de ella. Y se enamora. Ella se levanta y se va a trabajar. Una sonrisa no la abandona en todo el día.

Entonces comienzan los mensajes. Los encuentros vespertinos a escondidas. Y los matutinos. Él llega al departamento que ella comparte con su hermana, quien nunca se da cuenta de las entradas y salidas de ese hombre que comienza a llenar los pensamientos de ella. Y luego las pláticas. Ya no sólo es sexo y química pura. Es una conexión más profunda. Y comienzan las dudas. Los tal vez. Los puede ser. Y cuando menos lo esperan. Zas. Están enganchados. Hasta la médula.

Juntos deciden compartir sus vidas. Las salidas en sociedad. La presentación de ambas familias. Ella es la indicada. Él es el indicado. Están seguros. Se comprenden. Las charlas cada vez son más íntimas. El sexo cada vez mejor. No hay secretos. Sólo los necesarios. Pero conocen sus esencias.

Él sabe que a ella le gusta viajar. Que duerme sin calcetines. Que cuando se enoja desea que la dejen sola, que no la presionen. Que le gusta salir sola con sus amigas. Que le apasiona su trabajo. Que odia discutir. Disfruta de la buena comida. Los domingos la pasa con su familia. Que no está dispuesta a ceder sus navidades. Que cada mes se vuelve un valle de lágrimas sin explicación alguna. Que es desordenada. Cariñosa. Que le gusta cocinar. Que no le gusta que interrumpan cuando ven una película. Que es ruda y bromista. Inteligente y apasionada. Que a veces sin razón se queda en estado de mute y nada la puede sacar de su mutismo. Que le gustan las películas trágicas. Escribe bajo presión. Y confía más en ella que ella misma. Y la acepta.

Ella sabe que él sufre de insomnio. Que es limpio y ordenado. Que es más bien sedentario. Duerme con calcetines. Que tiende a hablar y hablar. Cuando se enoja explota. Que siempre que sale le pide que la acompañe. Le apasiona su trabajo. Y le apasiona discutir. Que habla mientras ven una película. No sabe cocinar y ni le interesa aprender. Que es alejado de su familia. Siempre tiene que decir lo que piensa. Cariñoso. Que dentro de toda esa fortaleza sus sentimientos siempre están a flor de piel. Que siente. Siente. Y nunca se lo calla. Bromista e inteligente. Le gustan las películas de acción. Escribe con dedicación. Con horarios fijos. Y que confía menos de lo que ella confía en él. Y lo acepta.

Pero de un momento a otro se desconocen. ¿Por qué ella se calla todo? ¿Por qué él tiene que hablar de todo? ¿Algún día me cocinará? Quiere que le cocine, ¿con quién me está comparando? ¿Por qué llora todo el tiempo? ¿Por qué te molestan mis lágrimas? ¿Es el trabajo más importante que nuestra relación? Eres muy ruda. Eres muy sentimental. Siempre tienes que decir todo lo que piensas. Nunca dices nada en una discusión. No sacas la basura. Nunca haces de comer. ¿Otra vez una película de acción? No puedes mantenerte callado cuando vemos una película. No tienes tiempo para mí, siempre estás escribiendo. Y tú siempre estás trabajando. Y entonces confían menos el uno del otro. Y se desencuentran.

Dos personas se conocen. Se gustan. Se enamoran. Se piensan como el ideal el uno del otro. Se aceptan. Se prometen. Los únicos. Serán. Y se lo creen. En lo más profundo de su ser. Lo creen. Con todas sus fuerzas. Con todas sus entrañas. Con todo lo que son. Pero no basta creerlo cuando algo surge. Cambia. O tal vez siempre fueron los mismos. Tal vez sólo caen en cuenta de la realidad: que los cuentos de hadas no, no existen.

25.2.13

Fue a los 14 años. La sensación invadió todo mi cuerpo. Exploté. Comencé a llorar. No sé si de la emoción o por perder la inocencia. Lo cierto es que nada dentro de mí volvió a ser igual. Quería experimentarlo. Una. Otra vez.

Era la casa de mi madre. Ella estaba ahí. Se bañaba. Aprovechamos. El bajó lentamente hasta mis caderas. Desconocía lo que se podía sentir. Desconocía el placer de lo que una boca podía.

--

Fue a los 16 años. Iba a la iglesia. Coordinaba un grupo de jóvenes católicos entregados al Divino. Yo misma. Era uno de ellos. Predicaba su palabra como si ésta recorriera mi sangre.

Salí de bañarme. Me recosté en la cama. No lo pensé. Mis manos tomaron vida propia. Me recorrieron. La húmeda toalla cayó a los costados. Entré. Lateral. Perpendicular. Circular. Mente. Desconectada. Sentí. Cero fantasías. Sentí. Sentí. Sentí.

Descubrí que no hay necesidad de secundarios.

--

Si esperé el tiempo que esperé no fue por falta de oportunidades. Siempre las tuve. Si algo me ha enseñado la vida es que siempre hay alguien dispuesto. Esperé porque me dio la gana. Porque así lo quise. Porque siempre he tomado las decisiones con calma. Las presiones no me van.

Cuando comencé a salir con él, le dije a Mar, "llegó la hora". Lo sabía. Era el indicado. No había nada tangible. Ninguna prueba. Mis entrañas lo supieron.

Fue a los 20 años. Hasta hoy no hay nada que me haga arrepentirme. Él era. Él es. Él será. Lo supe desde el primer momento. Y él lo intuyó. Esperó. Esperó. Hasta que yo lo pedí. Con todas mis ganas. Con todas mis fuerzas. Él era.

No lo recuerdo. Nunca quise que fuera mágico. Y no lo fue. Solamente sucedió. Una tarde de septiembre. No hubo estrellas. No las necesitaba.

Nunca las he necesitado.

--

Entonces. Una tarde en Guadalajara. Un viaje de improviso.

Fue a los 26 años. Un hotel con alberca. Un viaje de negocios. Él estaba ahí. Yo estaba ahí. Ambos. Sólo para los dos. No existía nadie más. Estábamos. Y de improviso. Zas. Sucedió.

Fue ese. El preciso momento en que lo decidí. No había vuelta atrás. Era el indicado. El único que. No necesitaba nada más. Nada me hacía más feliz. Que pensar en. Que vivir la.

--

Entonces, ¿en qué momento? ¿Cuándo sucedió?

Ya.

Ahora entiendo.

Y no.

24.2.13

Mi padre. Mi madre.


Trato de recordar qué me enseñó mi padre. Qué aprendí de él. No lo recuerdo. Me esfuerzo. Analizo cada hecho. Cada movimiento. Sus miradas casi olvidadas. Tenía los ojos café. ¿Eran claros? ¿Rojizos? Su cabello ondulado. Su sonrisa. Siempre sonreía. Debo haber aprendido algo que no aprehendí.

...

Los pasajeros a mi alrededor de desdibujan. Antes me costaba leer porque iba atenta a sus gestos. A sus pláticas. Como si yo viniera de otro mundo. Como si estuviera sentada en el aeropuerto y observara a la gente apresurada que arrastra sus maletas. Ahora son sólo siluetas. No me importan sus opiniones. Sus miradas. Sus asombros. Son entes que deambulan en una urbe carcomida por el tiempo.

...

Desapego emocional.
La última vez que lo visité. Julio de 1998. No tenía tiempo para sacarnos a turistear a mi hermana y a mí. Así que tomó un mapa de guía roji y un billete de quinientos pesos. Ustedes están en este punto, dijo señalando el mapa. Visiten lo que quieran de la ciudad. Yo tenía quince años. En una gran ciudad desconocida. No existían los celulares. Sólo regresen antes del anochecer. Ni siquiera nos preguntó a dónde iríamos. Si pasaba por nosotros. Si sabíamos utilizar el metro. Las líneas de microbuses. Un mapa y quinientos pesos. Desapego.

...

Me paso de mi estación más cercana de metrobús. Conscientemente. No. No soy vengativa. De alguna o de otra manera las cosas siempre toman su rumbo. La venganza es como tratar de encausar un río con costales de arena. En algún momento termina por desbordarse. Solito. Por pura naturaleza. Qué caso tiene desgastarse en los costales. Mejor aléjate del río que tarde o temprano tomará su cauce. Aléjate. Antes de que sea demasiado tarde.

...

Dejar ser.
Mi primera peda fue en Acapulco. Tenía catorce años. Salí con mi hermana a un antro. Barra libre para mujeres. Y la niña pidió todo lo que había en la carta. De regreso al hotel, toda la noche en vela. Vomitando. Él se dio cuenta. En vez de regañarme se burlaba cariñosamente de mi situación. Los siguientes días sólo pedí agua natural. Dejar ser.

...

Reconozco esas características. Y camino. Por las mismas calles de hace quince años. Ahora sin mapa en mano. Reconozco su mezcla. Mi padre. Mi madre. Unidos en una sola persona. Desapego apegado. Dejar ser con sus reglas. Positivo negativo.

Tú eres. Mi padre. Mi madre.

17.2.13

Es necesario emprender retiradas. Darse cuenta de los ciclos que terminan. Cuando un espacio, una persona, una relación, una sensación, las acciones, los papeles jugados ya no nos satisfacen.

Últimamente, por una u otra razón mi estado ha sido de zombi. Sea por la casa, el trabajo, mis formas de relacionarme. Salgo del depa, camino con la mirada puesta en el vacío. Tomo el metrobús. No me doy cuenta si hay asientos disponibles. No tiene caso sentarse. Estar parada. Es lo mismo. Pienso en sacar un libro para ponerme a leer. Ocupar mi mente. Pero mi mente no tiene ganas de ser ocupada. Entonces sigo con la mirada puesta en el vacío. Siento las miradas a mi alrededor. Gente desconocida que me dicen que no estoy bien. No me importa. Cada instante que pasa se me olvida más esa cálida sensación que es una sonrisa, una carcajada genuina. Antes de hacerlo, lo pienso. Ah, sí, esto parece que amerita una risa. Y río.

Bajo del metrobús. Tomo el micro sin ni siquiera leer su dirección. Para mi mala fortuna le atino. Siempre. Tengo la esperanza de perderme uno de estos días. Y no reconocer el camino de regreso. Pero tengo que bajarme. Cruzar un puente destartalado. No hay nadie atento a que una de las láminas se caiga. Nadie toma mi brazo para bajar los peldaños. Saco mi credencial de la bolsa. La muestro a dos guardias con cara de perros rabiosos. Aprieto el botón del ascensor. Espero. Espero. Espero. Entro. Ojalá se detuviera en medio de dos pisos. Ojalá se atorara y me dejara encerrada ocho horas dentro. Pero no. Siempre llega. Siempre. Al tercero.

Y entonces viene lo más difícil. Saludar como si tuviera ganas de hacerlo. Como si me diera gusto ver esas caras que no me da gusto ver. He pensado seriamente llevar una bolsa en mi cabeza. Para no tener que fingir. Decir esos 'hola' que me salen como navajas por la garganta. Y sentarme en ese lugar escogido. Tratar de esconderme tras el monitor. Y responder chats con 'jaja'. Esperar. Esperar. Esperar. La hora de la salida. Sin tener un refugio dónde esconder mi mirada.

Y el regreso es peor aún. Porque espero que pase un accidente catastrófico. Que se vuelque el metrobús. Quizá. Pero no sucede nada. Sólo gente y más gente. Y más gente.

Es hora de emprender retiradas. No estoy dispuesta a soportar más toques de queda. Suficiente tuve ya. Ésta fue la gota.

Señores, mi vaso ha sido derramado.

10.2.13

El Infierno lleva mi nombre. Tatuado en las llamas que lo contienen. Los condenados lo susurran. Así. Se llama. En el fuego interior que abraza los órganos vitales está escrito. Hace que se revuelquen hasta los más santos. Las víctimas. Los villanos.
Yo, la mala de la película. Quien saca los peores sentimientos en las personas más puras. Los pecados capitales encarnados en una sola esencia.
Yo, la que no entiende.  No escucha. No ama. No actúa. No se entrega. No habla.
Yo, la contenida. La orgullosa. La malcriada. La corazón de piedra. La valle de lágrimas.
Yo, el Infierno.
Yo, la peor de todas.

8.2.13

Servicio al cliente

Una regla básica del servicio a cliente es que un cliente que se enoja y reclama es un cliente que quiere que lo convenzas de quedarse. Por eso hay que solucionarle el problema. Te está dando una oportunidad. Mientras que un cliente que en verdad se hartó del mal servicio simplemente no regresa. Ni siquiera tiene la paciencia ni las ganas de decirte una vez más que la cagaste.

Se va. Punto.

Lo mismo pasa con la vida.

De todos los papeles que hay disponibles en este teatro que es la realidad, el que menos me gusta es el de víctima. El dolor y el sufrimiento están peleados conmigo. Puedo enojarme. Llorar de coraje. Maldecir. Gritar las injusticias. Mandar a chingar a su madre. Pero el encabronamiento pasa rápidamente. Se esfuma. Porque no estoy dispuesta a darle tiempo a ese sentimiento autodestructivo.

Cuando me hacen una pendejada, la digo, lo más calmada posible. Le doy una oportunidad a su servicio. Si lo hace por segunda ocasión, pienso, todos somos seres humanos. También yo he cometido estupideces. Pero cuando la vuelve a cometer, ya no hay palabras que valgan. No saldrá nada más de mi boca.

Han perdido un cliente.

7.2.13

Seis años

Era un domingo. Creí que era uno cualquiera. Mi madre hizo ceviche. Estábamos en su casa Caro, Martín, Aldo y yo. Todos comimos gustosos. Caro se comió nueve tostadas. Sí. Nueve. Me pareció extraño su voraz apetito, pero no sospeché nada. Aldo se fue a su casa y yo me metí al cuarto de mi mamá a echar la siesta. Estaba somnolienta cuando ambas entraron a la recámara. Mi madre empujaba a mi hermana. Dile. Me asusté. ¿Qué? Estoy embarazada. Pensé que no terminaba de despertar. Sólo atine a decir Felicidades. Veintiún años. Quinto semestre de carrera. Sabía que todos le preguntarían. Qué harás. Pero cómo. Tu carrera. Tu futuro. Así que quise que recibiera una felicitación. Como se supone que debe ser. Pero dentro de mí todas esas preguntas también venían a mi mente.

No dejó de estudiar. Ni de trabajar. Siempre luchona. Andaba en calafias con la panza de cinco, siete, nueve meses. Iba a la escuela. Al doctor. Apostamos por el sexo. Y gané. Niño. Sería el primer hombre de la familia. Rodeado de mujeres. Le hablábamos a la panza que crecía y crecía. Le inventábamos nombre. Ale le decía Louis. Caro se enojaba.

Algo crecía dentro de ella. Ese algo que se convirtió en alguien.

Nació un lunes. Fue cesárea. Nunca se acomodó. Todas estábamos trabajando. Presionábamos a Alejando para que nos tuviera al tanto. Trabajaba en el CECUT. Tenía nervios. A las dos de la tarde mi teléfono vibró. Tenía un mensaje multimedia. Entonces lo vi por primera vez. Cobijado por una manta y un gorrito azules. Enrojecido. Los ojos hinchados. El ser más hermoso que había visto nunca.

Al salir del trabajo Aldo pasó por mí y fuimos al hospital. Caro en la cama sostenía un pequeño cuerpecito que acababa de salir del suyo. Dudé en tomarlo cuando me lo ofreció. Pero era como un imán. Quería sostenerlo. A la vez que tenía miedo de dañar su fragilidad.

Conforme creció me enamoré de él. Calmado. Sociable. Risueño. Dispuesto a recibir todo el amor que cuatro mujeres le prodigaban. Se volvió el alma de la familia. Siempre en nuestros pensamientos. Siempre atentas a sus necesidades. Nuestro amo y señor. Tal como su nombre lo dice.

Hace seis años nació el único hombre capaz de hacerme dudar de mi decisión de no tener hijos: Cristo.

4.2.13

- ¿Crees que reviva?
- No quiero hablar de cosas tristes.

(Silencio)

- ¿Y por qué hasta ahora? ¿Por qué hasta ahora te preocupas? Dejaste pasar todo este tiempo sin hacer nada y de repente te entra la preocupación.
- Pensé que no querías hablar de cosas tristes.
- Bueno, tú me preguntaste y me entró la duda de por qué esperaste tanto tiempo.
-  ¿Quieres decir que yo soy la absoluta culpable?
- Sólo creo que es una pérdida de tiempo. Si quieres saber lo que opino: no, no creo que reviva.

(Silencio)

27.1.13

Porpósitos de año

Vivir cada día como si fuera el primero. Y el último. Amar a las personas que me aman. Que están ahí en las buenas y en las malas. A quienes se lo merecen, pues. Rodearme de las personas adecuadas, de esas que brindan bienestar emocional e intelectual. Y ser recíproca. Poner de mi parte todo lo que esté a mi alcance. Convertir cada momento y cada palabra en momentos inolvidables. Mágicos. No darme por vencida a la primera. Pero tampoco permitir que me jodan la vida. Sentir deseo. De vivir, de coger, de amar, de aventurarme, de experimentar. Y llevarlo a cabo.

Depurar mi vida, mis amigos, mis vivencias.
Meterlo todo a un colador y verterlo en el mundo.
Dejar fuera los grumos, las semillas, las piedras.

Escribir. Dejar de lado la desidia. Hacer lo que me gusta. Y disfrutarlo. Correr. Comer sanamente, sin hacer dieta. Por supuesto.

Este es el año de mis treinta. Llegó la hora de tomar las riendas.
Again.

21.1.13

Insolación

Sí. Tal vez sea una frase cliché. De esas que cuando eres adolescente dices que nunca dirás, pero muy en el fondo sabes que terminarás diciendo. No sabes muy bien por qué, pero intuyes que es una verdad universal. Y que, por lo tanto, no puedes escapar de ella: "ahora comprendo a mi madre".

Hoy que llegué a una casa vacía, con el llanto a punto de desbordarse, los ojos cansados, la piel enrojecida, los sentimientos a flor de piel, con ganas de un abrazo fuerte, con ganas de sentir que a alguien le importaba, que me hicieran un té, sentirme apapachada y sentir sólo la soledad, poner el agua a calentar, sacar la bolsita de té, colocarlo dentro de la taza, esperar a que el agua hirviera, cambiarme, despintarme, tender la cama para poder acostarme... pensé en ella.

Cuando se enferma está sola. No hay nadie que la apapache, quien calme sus miedos, que le diga que todo va a estar bien. Ella sólo se tiene a ella. Y tuvo a sus hijas. Y se dedicó a ellas. A educarlas lo mejor que podía. Con las herramientas que la vida le dio. Y ahora vive sola. Rodeada de sus perros. Y de sus cosas. Sus recuerdos. Y quisiera que hubiera alguien que estuviera ahí. Pero cada noche que llega a su casa se encuentra con su soledad. Con las frías paredes. Con una cama vacía que tiene que tender para acostarse. Se tiene que preparar sus tés. Se tiene que cambiar y despintarse. Y levantarse al día siguiente sabiendo que nadie espera su llegada. Y con el consuelo de que alguno de los seres que parió se acuerde de ella. Porque ella siempre se acuerda de sus hijas.

Digo que estoy cansada. Pero qué será de su cansancio. Y me siento incapaz de marcarle. Porque creo que la llamaré y me soltaré chillando. Y para qué darle más preocupaciones. Para qué darle más en qué pensar.

Tal vez sólo sea la insolación. O la casa vacía. O mi incapacidad para cuidar de dos tortugas. O mi egoísmo al no querer ser madre. O tal vez sólo sea la vida que pasa. Los años. El sentimiento de culpa escondido en quién sabe dónde. Tal vez no sea nada y ni siquiera estoy escribiendo. O la incertidumbre. O la terapia. O la realidad. O Jerry... Una epifanía de mi destino.

20.1.13

Inolvidable

El fin de año desmenuzaba las canciones dolidas con las que, me imagino, todos en México hemos crecido. Después de algunas de José José y José Alfredo Jiménez, comenzó aquella que dice "en la vida hay amores que nunca pueden olvidarse". Javier dijo que era una frase muy cierta. Que hay amores que se olvidan, o que son más olvidables, que otros. No concuerdo en lo absoluto. Puede haber cogidas olvidables, personas que en su momento nos gustaron mucho y años después, cuando te las encuentras, ya ni recuerdas el porqué. Pero si es un amor, como tal, si amaste a la persona, no la olvidarás nunca. Permanecerá en algún lugar recóndito de tu ser. Porque el amor cambia y eso es lo que lo hace inmortal.

Cuando sientes eso a lo que llaman amor, se modifica tu esencia, porque toca fibras muy íntimas que remueven todos los conocimientos y sensaciones aprendidas y vividas hasta ese momento.

Los hombres importantes de mi vida pueden y no ser un secreto. He conocido a muchos. Me he acostado con otros tantos. He tenido noviazgos, amantes, amigos, amigos con derecho, compañeros y un largo etcétera. Y son contados con los dedos de una sola mano los inolvidables. Sí, de todos he aprendido, todos han logrado conmoverme, pero sólo un puñado ha tocado mis fibras más íntimas. Sólo con ellos me he preguntado "qué pasaría si...". Me han hecho dudar de que el amor es pasajero. Me han creado la ilusión de que tal vez el "vivieron felices para siempre" exista

Sé que sólo lo sabré el día que me muera. Pero vale la pena arriesgar lo que se tenga que arriesgar por saber si en realidad existe. Así que creo que en la vida los verdaderos amores jamás logran olvidarse. Pero qué se yo... Ya lo dirá el tiempo.

13.1.13

Violencia innecesaria

Si hubiera sido futbolista de americano profesional tendría serios problemas. Espera. No lo soy y de todos modos los tengo. No sé qué tan serios. Pero los tengo. Soy el bato de una relación. Dicen. Contesto de manera ruda. Dicen. No soy cariñosa. Dicen. Que trato mal a las personas. Dicen. Que soy fría, calculadora. Que tengo corazón de piedra. Dicen. Que llego tarde. Que no hago los quehaceres. Que no me gusta juntarme con mujeres. Dicen. Me dicen.

Y sí. Tal vez todo sea cierto. En pocas palabras, soy una insolente. Lo curioso es que al principio de toda relación eso es lo que les gusta de mí. Que soy independiente. Que hago lo que me pega mi gana. Que soy como agua que escurre por los dedos. Que soy impredecible, pero saben a qué atenerse conmigo. Porque no me ando por las ramas. Pero, a final de cuentas, eso es lo que termina doliendo. Hace daño. Y entonces quieren de mí ternura. Cariño. Compasión. Que sea una ama de casa. Que esté en mi hogar en la espera del hombre que llega cansado de trabajar. Y que le haga la cena. Tal vez un masaje con final feliz. Que tenga hijos. Que no le dedique tanto tiempo a mi trabajo. Ni a mis amigos. Que esté disponible para cuando me necesiten. Que perdone y olvide si no me perdonan y me olvidan.

Discúlpenme. No soy esa mujer. Nunca lo he sido. Y jamás lo seré. Puedo fingir por un tiempo. Me pueden contener en un vaso. Pero tarde que temprano me desbordaré y no alcanzarán a limpiar el desastre.

Lamento que mi rudeza asuste y enoje. Pero soy el bato en una relación. Dicen.

6.1.13

Sueños húmedos

I

Voy en un barco con mi padre. Navego contracorriente en un río. Es de noche. El barco es pequeño pero turístico. Llegamos a la cuesta. El motor se forza. Los pasajeros tenemos que salir. Escalar rocas. Volvemos a subir para comenzar la cuesta abajo. Nos detenemos en una laguna. Tenemos que caminar un trecho de agua. Mi padre me abraza por la espalda. Me dice "mira, allá está Milpas Viejas". "No", le respondo, "ahí no es". "Sí, es ahí. Mira allá está mi tumba".

II

Se supone que estoy en la oficina. Hileras de módulos con computadoras. Personas sentadas. Todos estamos sobre un arroyuelo. Parece más una maquiladora que una oficina. Estamos al aire libre. Es de noche. Los pies mojados. El cuida de los niños de ella. Son dos y ella está embarazada. Me duele verlo. ¿Cómo desea estar con una mujer casada con dos hijos y a la espera de uno? Me salgo. No lo soporto. Por todas las calles hay arroyos. Son callejones que llevan a ninguna parte. Camino y camino hasta que llego al mismo lugar. Y los veo de nuevo. Resignación.

III

En Playas de Tijuana, con mis hermanas y mi madre. Es la tarde, pero el cielo es gris oscuro, con nubes pesadas que presagian tormenta. Entonces volteamos a ver el mar y se forma una ola gigante. Viene hacia nosotras. La miro pero no tengo miedo. Les digo que se agarren de unos barrotes que están a nuestras espaldas. La ola cae sobre nosotros. Salimos ilesas. Cuando la marea baja, vemos una ola mucho más grande que se camufla con el oscuro y denso cielo. Corremos a un edificio que nos cierra la puerta. Pero alcanzamos a tomar el elevador. Apretamos el botón 40. El piso más alto. Cuando llegamos, nos asomamos por la ventana y observamos la ola que cae sobre la ciudad y la devasta. En ningún momento siento miedo. Más bien es curiosidad.