21.10.12

Que conste en el acta

No. No tuve nada que ver con el robo. Ni con el plagio. Ni con la discusión. Quiero que conste en el acta, señor detective. Que sí. Que tengo delitos. Pero los míos son más internos. Más de despechos y sensaciones. No tanto materiales. Ni intelectuales. Quiero que conste en el acta. Que todo lo que he hecho es a sabiendas de sus consecuencias. Que no me arrepiento de nada. He vivido cómo he querido. Y asumo las responsabilidades. He amado. Y he desamado. He deseado. Y desdeseado. ¿Que si he cometido errores? Por supuesto, señor detective. ¿Acaso usted no? Pero esos errores también han sido parte de mis grandes aciertos. ¿Que si he robado? Sí. He obtenido tiempo que no me pertenecía. He tomado ideas. Besos. Caricias. A placer. Como me ha venido en gana. He hurtado sentimmientos intensos. Despositándolos en lugares erróneos. Y otros más certeros. Bajo llave. Con candado. A los que nadie tiene acceso. No, señor detective. En algunos casos los he escondido tan bien que ni yo sé dónde están. Lo juro, señor detective. Y no soy de esas personas que tienden a jurar. Pero usted qué podría saber. Con su papel en blanco. Su pluma a media tinta. Su mirada inquisidora. ¿Que si me he drogado? Sí. He adormilado mis sufrimientos. Con el afán de desaparecerlos. Sobre todo aquellos que duelen. Que dejan cicatrices en la esencia. He dopado mis pensamientos y sensaciones más sublimes. Porque también esos hacen daño. Te hacen ilusionarte. Pensar que se puede. Cuando uno sabe que no. Porque conoce la función del mundo.

Quiero que conste en el acta, señor detective. Muy bien constatado. Que sí. He decepcionado a personas. Esas que esperaban algo muy específico de mí. Pero, qué se le va a hacer. Una no puede ir por la vida dándole gusto a los demás. Ni siquiera se puede dar gusto uno mismo. Sin que sea un error. Un error enminente. Que deje heridas. Que tarden en sanar. Y entonces uno se dopa. Con alcohol. Con pensamientos de fuga. Imágenes de película. Conciente de que jamás sucedera. Porque jamás sucede. Sólo son sueños. Señor detective. Sueños.

¿Qué si he sido infiel? No, señor detective. Siempre he hecho lo que he querido. He sido fiel a mis pensamientos. A mis ideas. A mis sentimientos. A mis intuiciones. A mis ganas. A mi realidad. Y a mis fantasías. Me conduzco por ese camino. Nunca he hecho nada que no he querido. Nunca he dejado que me obliguen. Y sí. He tenido momentos de debilidad. ¿Quién no? Donde pienso en qué pasaría si dejara a un lado la vida que vivo. Y lo he intentado. Pero siempre regreso a mi lugar de origen. A mí misma. Me soy fiel. En cuerpo. En alma. En pensamiento.

Quiero que conste en el acta, señor detective. Que sí. Parece que soy culpable. Cargo pecados en mi espalda. Las buenas sociedades se podrán horrorizar. Las congregaciones religiosas querrán salvarme del infierno. Las grandes corporaciones querrán excluirme de sus nóminas. Y si hacer lo que me venga en gana sin sentir remordimiento significa la cárcel. Entonces estoy lista. Quiero que conste en el acta mi entera disposición, señor detective. Aquí están mis muñecas juntas. Espóseme. Amárreme. Haga de mi lo que le plazca. Tendré mi conciencia tranquila. Que conste.

15.10.12

Sobre la cursilería

Siempre lo he dicho. Que la cursilería me parece demasiado... cursi. Que es para aquellas personas que no tienen capacidad de decir algo creativo. Que es poco elegante. Poco sutil. Que se trata de falta de originalidad. Demostrar amor casi con sarcasmo. Con un dejo de ironía. Que es para personas débiles. Désas que se derriten ante el primer halago. Ante el primer mimo. Que se le atribuye a las mujeres. Pero también muchos hombres (asombrosa la cantidad) la poseen. Y la sacan. De entre los más recóndito de su lado femenino. Estrógenos entre la testosterona. Que es desagradable. Empalagosa. Que la vida sería mejor con palabras directas. Sin miel de por medio. O no ese tipo de melosidad. Que es vana. Sin sentido. Que cada vez que la escucho necesito un trago de alcohol duro. Para aguantarla. Para que no me toquen sus rosados pétalos impregnados de palabrejas huecas.

Que el amor (¡oh, esa utopía!) se demuestra con miradas que acarician. Que tocan las fibras más íntimas (y oscuras) de tu historia. Miradas que hacen sonreír malévolamente al ruin duende interno que todos llevamos dentro. Que sacan tus más indecorosas intenciones. Que te humedecen más rápido que la velocidad de la luz. Que hacen de una larga espera el martirio perfecto y profundamente excitante...

Y entonces caigo en cuenta. Que sí. Soy eso. A mi modo. A mi estilo. De repente me encuentro diciendo palabras arrogantes para escapar de lo que, inevitablemente, me veo envuelta. Soy cursi. Estúpidamente cursi. Porque en vano pretendo mostrar refinamientos expresivos. Sentimientos elevados. Cuando en el fondo sólo deseo lo mismo que todos. Sentirme amada. Porque me presumo de fina y elegante. En una sensación que es de lo más primitiva. Porque, con apariencia de riqueza de lenguaje, pretendo convertir al amor en algo trivial. Y lo común del sentimiento, que nos aqueja a todos, ascenderlo a misterio. Y caigo. Caigo.

Soy un payaso de mis propias palabras.