11.12.11

6.4 grados richter

Es más el temblor de mi piel,
la latente espera,
que el movimiento telúrico bajo mis pies.
Es de un grado más intenso,
un terremoto interior
el que tambalea mis pensamientos
y contradicciones.

Sólo se hizo presente, físico, el desplazamiento de mis caderas hacia el mundo.
Sólo se hizo constante durante tres minutos el revuelo que crea la ausencia.

Vaivén. Va, ven. Va bien. Bah! Ve. Babeen. Vaivenes.

La tierra y sus esporádicos orgasmos.
Sus estúpidas, sensuales y peligrosas palpitaciones.
Caricias podófilas rozan su dermis al azar.
Caricias ambulantes estremecen sus placas tectónicas.
Tónica su esdrujulez.
Tectáculos terrenales.

Es más la contracción íntima de mi desnudez.
Mis placas epidérmicas se remueven y estacionan después de la explosión.
Implosión.
Es más ruidoso el estallido de mis neuronas.
Más
intenso
la poralidad
de mis sentidos.

Una oscilación me detiene
me pone de pie
me atemoriza
balanceo aparente
el firmamento luce igual
vacilación y duda
la Tierra es un péndulo constante
el resorte metafísico que la contiene
se estira, se distrae, dismunuye.
Vacila.

Titubeo.

Al final
sólo quedan
desastres internos,
grietas de placer,
el éxtasis
de la discordia.


4.12.11

Cuando escribo un texto en el blog y cliqueo "publicar" no me gusta realizar cambios. Corrijo lo que escriben los demás, pero, hasta cierto punto, siento un regocijo cuando leo mis errores. Creo que también eso se refleja en mi vida. Me regodeo de todo lo que he hecho mal. En realidad, si algo sé hacer bien es errar en mis desiciones. Y me gusta. Hasta cierto punto me excita equivocarme, tener la oportunidad de hacer algo mal, de echar a perder algo, de tirarlo al precipicio para empezar desde cero. Sólo que hasta ahora todo me ha salido tan bien, hasta lo indeseable sale a mi favor. Y cuando lo pienso comienzan mis crisis.

Tengo ganas de cagarla.

¿Se necesita ser candidato a la presidencia?
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Un grito en la noche me despierta. No, no es mi consciencia. Son las pesadillas de quien duerme a mi lado. O sí, puede que sea.
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Pero en cierta parte la estabilidad tiene algo placentero, aunque falto de emoción, placentero al fin. Más un placer mental que físico. Me gusta arriesgar. Echar toda la carne al asador. Toda la carne a las brasas. Toda la carne al sartén. Toda la carne... toda.
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Me traje dos archivos Word para trabajar en mi artículo sobre el amor (oh, esa utópica palabra), pero tienen virus y no los puedo abrir. Me pregunto cuántos virus posee mi mente, mi corazón, que cuesta tanto abrirlos... supongo que mi cuerpo está vacunado.
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Ahora me doy cuenta que todo es cíclico. Repetición tras repetición. Algunos sufren por el miedo al cambio, otros lo hacemos por miedo al estacionismo, a la quietud.

Nadie se atreva, siquiera, a corregir una coma de mi vida.
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Salamanca, Valencia, París, Roma, Barcelona, Tijuana, D.F., todo es lo mismo. Pa' qué tanto chingado viaje, pues.
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Soy sádica. Disfruto del sufrimiento ajeno. No de todos, por supuesto. Sólo es el alimento de mi ego, ¿tendría que ir a terapia? Todos en menor o mayor grado nos alegra pensar que alguien sufre por nosotros, ¿no es así? ¿o es que estoy enferma? Bah! la verdad la verdad... no me importa. Que vayan a terapia los malcogidos.

6.11.11

A mi padre siempre le gustó el box. Yo no entendía por qué se ensimismaba viendo a dos hombres pelear con los puños envueltos. Me preguntaba "¿a cuál le vas?" y yo siempre elegía el boxeador con los mejores pantaloncillos: nunca acertaba. "Va a perder" me decía mi padre, y siempre tenía razón.

Todos lo sábados lo veía sentarse frente al televisor con una cerveza Corona. En ocasiones gritaba improperios. En otras sólo observaba, callado, analizando los movimientos pugilísticos. Yo sólo veía a dos changos darse con todo y me fastidiaba estar viendo una pelea cuando podíamos ver una película. ¿Para qué tener tele de paga si solo ve el box?, me preguntaba. Pero, aún así, eran momentos que apreciaba. Estar a su lado, momentos íntimos que compartíamos, nadie más se sentaba a ver el ring con él. Ni su esposa, ni su amante, ni ninguna de sus cinco hijas. Sólo yo. El y yo viendo a dos boxeadores darse de trancazos.

No importaba si me gustaba o no. Estar a su lado en un momento que él tanto disfrutaba era mi recompensa. Perder siempre en las apuestas. Aunque recuerdo que un día el me hizo la misma pregunta, ¿a cuál le vas?, y coincidió que el que traía el short rojo (mi color favorito) era el bueno. Agachó la cabeza y me dijo "creo que ahora sí ganarás". Y lo hice. Siempre ganaba, aunque él no lo supiera, hasta que lo supo, meses antes de morir.

A mi padre le encantaba el box. Se sentaba ahí, en el cuarto de tele, con una cerveza Corona en la mano y  otra libre para mi abrazo. Se emocionaba. Reía. Se enojaba. Me miraba. Con esa mirada íntima que regala quien sabe que está dando y recibiendo un obsequio.

Nunca fui su favorita. Mi hermana mayor, tal vez por ser la primera, era su consentida. Para ella fueron todos los regalos, todas las adulaciones. Pero tampoco fui víctima: era la favorita de mi mamá. Aunque como todo ser humano, ansiaba tener lo que no poseía, el favoritismo de mi padre. Sentir el orgullo paterno, y el box siempre fue un modo de obtenerlo.

Ahora, siempre que me siento a ver una pelea, con una cerveza en mi mano y la otra libre para el abrazo, lo recuerdo. Ya no le voy al que vista el short más bonito, ni con el color de mi preferencia, pero daría lo que fuera por ver una pelea, aunque sea un round, con mi padre y poder compartir con él esa pasión que hoy es también es mía.

3.11.11

De estrella sólo tenía el nombre, el peso, la rotación. Mas no así la luz propia, el placer de que otros cuerpos giraran en torno a ella. Su madre se lo puso, y no porque fuera el faro celestial que alumbrara su camino, sino porque ella siempre quiso llamarse así. Su nombre era Estela y nunca le gustó la idea de ser una sombra, sólo un halo, una luz que se difumina por el brillo constante y casi impedecedero de un astro en todo el sentido de la palabra. Cuando de chica, descubrió el verdadero significado de su nombre, decidió que su primera hija se llamaría Estrella. No Luna (un cuerpo tan pobre que depende del movimiento del sol y del planeta), no Sol (uno de los astros más pequeños del universo), sino Estrella (grandeza, luz, movimiento, líder).

Pero, como en estos casos suele suceder, su nombre no reflejaba su personalidad: opaca, pasiva, escuálida de peso completo.

Habló hasta muy tarde. Era la estrella ficticia, metafórica, de la familia, por lo que nunca necesito decir más de tres palabras seguidas para obtener lo que deseaba. ¿Para qué hacer el esfuerzo de enlazar palabras para conformar una oración? Nunca hubo necesidad. Pero cuando entró a la primaria se dio cuenta, o más bien, sus maestros se dieron cuenta de que algo le faltaba, de que no había brillo en sus ojos ni en su lengua. Y sentenciaron: no llegará muy lejos.

Pero se equivocaron. A pesar de su cuerpo de luna llena, tenía pies veloces, que no se detenían ante los
inminentes obstáculos callejeros. Las piernas comenzaron a enflacarle, mientras su lengua sufría de pereza y engordaba, haciendo más difícil su habla.

En cambio Estela le hizo honor a su nombre y se convirtió en la sombra de Estrella, en su cola de polvo y piedras que brillaba solo si a su hija se le daba la gana.

Cuando entró a la secundaria, sus compañeros se burlaban de ese músculo hinchado dentro de su boca, que sólo le funcionaba para degustar glotonamente todo tipo de comida chatarra. Fue cuando conoció a Ricardo quien sufría "el mal del astronauta". Sin saberlo su atención era llamada por todo aquello con forma de astro. Cuando conoció a Estrella no pudo dejar de admirar su redondez adolescente, su cuerpo en forma de esfera navideña.

Todavía no conocía el deseo, pero era el sentimiento más acercado a la lujuria con el que había tenido contacto. Los cráteres en la faz de Estrella le proporcionaban cierto cosquilleo reburbujeante que agitaba su dermis espacial. Ella no se daba por enterada, seguía deglutando, pero algo en le decía que tenía que comenzar a poner en movimiento su bizcosa y gorda lengua. No podría seguir soportando las jiribillas de sus compañeros de clase.

Un día Ricardo se decidió. Llegaría a esa estrella con o sin uniforme astronáutico. La blandura del cuerpo puberto, su opacidad constante contrastada con la brillantez de esa minúscula, silenciosa y carnosa lengua le obligaron a acercarse y preguntarle algo vanal. Estrella sólo contestó con un mugido casi imperceptible, pero eso bastó para que Ricardo la llamara a su mente en la noche, recordando su tierno gemido. Imaginó el movimiento de su lengua guardada en la cavidad casi hermética de su boca.

A estrella le pareció un poco extraño que un chico como Ricardo le dirigiera la palabra. Lo veía como un pobre diablo: flaco, tímido, sentado siempre en un rincón alejado del salón de clases. Desde ese momento comenzó a darle un poco más de atención. Para su sorpresa cada vez que ella volteaba a verlo con todo el disimulo posible, se topaba con la pared de los ojos de Ricardo. Fue cuando se dio cuenta que no dejaba de verla. Vez que lo miraba, vez que sus ojos le hacían una súplica desesperada. ¿De qué? No lo sabía, pero algo intenso se revolvía en su interior.

A Estrella comenzó a darle pena su lengua, sin saber que ese órgano era el "muso" de las noches más intensas de Ricardo. Comenzó a hacer esfuerzos incomesurables para moverla. Todos los días, en su casa, abría la boca y trataba de llevar su rojilla y tibia lengua al paladar, a pesar de los reproches de Estela. "Qué haces, Estrellita. Deja de hacer lo que sea que estés haciendo y ven a comer tu panquecito nocturno". Pero ella ya no quería comer, pero con tal de no tener que darle explicaciones a su madre -y ni que pudiera- tomaba la comida y la escondía en sus cajones para tirarla al día siguiente en la escuela.

Uno de esos días, Ricardo le preguntó si podía acompañarla a su casa. Estrella, ante la impotencia de no poder contestar, movió la cabeza afirmativamente. Ricardo pensó que era la mujer ideal, de esas sumisas que no hablan y complacen al hombre. Entonces vio su oportunidad. En un momento en que Estrella estaba desprevenida la jaló hacia sí y la besó. Lo único que deseaba era sentir la calidez de su robusta lengua, pero Estrella ante la verguenza de su gordinflona boca no separó los labios ni un milímetro. Esa noche Ricardo no pudo ponerse a tono, ¿era acaso que él le causaba repulsión?

Llegó el momento en que con mucho esfuerzo y dedicación, Estrella podía abrir la boca, emitir palabras y tocarse cada uno de sus dientes y molares con la punta de la lengua. Estaba satisfecha con ella misma y esperaba impaciente el acercamiento de Ricardo para mostrarle las destrezas que podía realizar dentro y fuera de sus labios. Pero a Ricardo se le había ido la pasión: Estrella había adelgazado, más que un astro parecía un cohete a punto de despegar, hablaba con soltura, como esas niñas con cabezas huecas, no dejaba nada a la imaginación y, lo pero de todo, esa magnífica lengua rechoncha, húmeda, ensalivada, glotona, pesada, guardada como en un refugio antinuclear, se había convertido en una lengua seca, sin chiste, sin voluptuosidad. Una lengua común y corriente.

Estrella comenzó a ser un astro en el salón de clases, ante la mirada atónita de sus compañeros. Y cuando volteaba a ver a Ricardo, quien le había dado su primer beso, este esquivaba la mirada con repulsión cegado ante la luz del astro solar.

16.10.11

Un árbol retorcido entre el dulzor y la sal
las ramas crecen confusas
y se llenan de amantes anfibios
se amarran a las raíces
las raíces...
esas que han visto huracanes
y maremotos
esas que se aferran a la tierra
pero andan placenteramente
como en su casa
entre el agua
que no es salada ni dulce
que no es calma ni tempestad.
Su cuerpo pesado se mece
a merced de vientos y mareas
todos los elementos lo complacen:
agua, tierra, aire y sol
son sus súbditos.

Soy un árbol, un manglar
seducida por tu anfibio encanto.
Te ataré a mis raíces
con la tibia sensación melosa en tu paladar
pero de salitroso sudor.
Te suspenderé en mi tranquilidad
cuando las tomentas acechen nuestra tierra.
Una agitación pasiva y constante
dará sombra
al más retorcido de nuestros deseos.
Amárrate a mis raíces
introducidas en la cálida humedad
de mis aguas
agarradas de la fertilidad
de mi suelo
material desmenuzable
Yo te sujetaré, seré tu ancla
poseeré tu disfrute
aspiraré tus elementos
para nutrir mis ramas
y consolidar nuestro santuario
de hábitat tropical

9.10.11

Cada vez un espacio más pequeño. Con cada mudanza una unión más íntima. Una certeza de acompañamiento. En la cocina tu cuerpo se une a mi trastero. En el comedor nos alimentamos del mismo tabaco. Respiramos el mismo vapor en el baño. Las luchas cuerpo a cuerpo se hacen presentes en la habitación.

Somos un rompecabezas amorfo. Fragmentos que se unen. Se distorcionan. Encajan sus variadas formas de espejos. Mi pie en tu pierna. Tu cabeza sostenida por mi pecho. Mis dientes muerden tus orejas. Tus dedos aprisionan mi intimidad.

Somos una bola de cristal hecha añicos. Hacedores de nuestro futuro. Rompemos los hechizos del pasado. Perseguimos los mismos diminutos fantasmas. Los escuchamos de madrugada. Juegan en el techo de nuestra habitación, ruidos como goteras nos escupen e interrumpen nuestros sueños. ¿Escuchaste? Es el sonido de nuestros pensamientos que discuten mientras condecendemos en la cama.

Somos un nido de ligas. Separas una. Separo otra. Se retuerce pero no pierde su forma. Al estrellarnos rebotamos cada vez más alto. Cada vez más. Rompemos el sintetismo. ¿Pero qué es el plástico separado? Tiras solitarias de polímero. El gato del destino nos toma por juguete. Nos araña. Sólo logra la contracción de nuestros cuerpos.

Somos los cuartos que hemos habitado. Cada espacio donde hemos vivido. Nuestra esencia es consumida por las paredes de diversos mundos. Vamos paralelos pero coincidiendo. Somos los baratos hoteles donde hemos sido huéspedes. Esas llaves que nos han abierto sus puertas y los guardianes letreros de "no molestar".

Somos el pasar de los años. Las miradas contenidas en los silencios. La búsqueda eterna de las palabras. Los encontronazos de voces que se alejan para regresar más unidas. Soy tus manos pequeñas y tibias. Eres mis ojos sorprendidos. Soy tu diminuta nariz airosa. Eres mis pies grandilocuentes.

Mi casa es pequeña. Amueblada. Sencilla. Ventilada. Luminosa. Mi casa somos. Mi casa eres.

2.10.11

Anoche volviste a aparecer en mis sueños. Tal vez sea mi subconsciente que no me perdona lo que mi superyo superó. Es más, ni siquiera lo superó porque nunca pensó que estuviera en un error. Nos hermanábamos como grandes compañeras. Un sueño imposible. Por un momento me caíste bien y bromeamos de todo lo sucedido. No sé por qué te presentas en las noches. Sobre todo en esas noches que más suelo disfrutar. Que me duermo con una sonrisa expuesta a la oscuridad.

Ha sido un buen día. El clima, los hechos, la comida, las compras. Ahora estoy aquí tratando de escribir un sueño sin escribirlo. Sin detallarlo. Porque lo importante son las sensaciones. Los sentimientos.

Pero ayer, a mediodía, estuve enojada: tenemos que deshabitar el departamento que alquilamos recién llegados a la capital. Me enoja cuando las personas quieren abusar con máscaras de lealtad y honorabilidad. Cuando lo que hay detrás de la careta es un látigo sostenido por el verdugo, a punto de atacar contra la piel suave y melosa de la víctima habitacional.

No hay de otra. Lo sé. Lo intenté. Perdí.

Pero en otros aspectos he ganado. Gané a la soledad y a la amargura.

Un niño hace la diferencia cuando sustituye el dolor por llanto hambruno. Un niño hace la diferencia cuando la única sonrisa sostenida y espontánea es la de él. Un niño hace la diferencia en el día. Pero en la noche, cuando los demonios dejan de habitar las sombras para deambular alrededor de tu cama, el niño estará durmiéndo plácidamente con una sonrisa sostenida en la oscuridad, y tus demonios seguirán siendo los mismos espíritus que te aquejan y ese niño no podrá hacer diferencia alguna en la soledad y amargura.

He ganado. Una de tantas batallas. Sé que no la guerra.

25.9.11

Al principio fue emoción. Un tipo de adrenalina recorrió mi cuerpo. Después orgullo. De ser quien soy, de donde provengo. Siguió la desesperación, el enojo, el dolor. Ahora todo termina en indiferencia.

Comprendo, una vez más (pero cada vez con más arraigo, más sensatez), que no te necesito. Que estuve ahí sin estarlo porque así lo quise. No me gusta inmiscuirme en reuniones sin apetito. Y nunca tuve el hambre para entrar. Para hacerme parte de.

Está bien. Tal vez en un momento fugaz sí quise ser parte de algo. Pero me gusta mi soledad. Ese es el gran hecho. Nunca he estado dispuesta a sonreir sin ganas, a alabar lo inalabable, a comentar la inmundicia. Este es mi pago: la soledad. El mejor cheque que he recibido.

Puedo poner nombres y borrarlos a mi antojo. Puedo destrozarlo y rehacerlo. Por eso estoy aquí. Lejos. Me vine huyendo de ti. De tus dioses falsamente misteriosos y divinos para crear los míos. Que no son menos falsos, pero que me pertenecen y están a mi merced.

No necesito pasar por esto una vez más. Puedes salir por donde te colaste: rendijas astutas de mi memoria desdentada. Puedes devolverte como llegaste: arrastrándote para llegar a mi consciente desde las penumbras del olvido.

No volveré al negro. Y no me molesta que mis palabras te hagan chillar. Si la sangre no te detuvo en el umbral de mi orgullo, no detendré los golpes a tu cuerpo potentemente deshilachado.

18.9.11

Los volcanes tienen algo. Tal vez sea la nieve. Tal vez sea que no se quejen. Que estén ahí inmutables en la mutación. Han visto todo. Lo han vivido todo. Lo saben. Ellos lo saben mejor que nadie. Mejor que ellos mismos. Son dioses y necesitan de carne para alimentarse. Deidades en calma que exigen tributos. Los hombres les han perdido el respeto. Ya no temen a que exploten. Y lo harán.

Montículos de tierra caníbal. Arrojan su baba rojiza al vacío de la humanidad. Con su semen caliente marcan su territorio. Lo destrozan. Para volver en calma a su inmutación por unos siglos más.

Ahí están. Sentados. Sigilosos. Espectantes. Nos observan.

Un volcán nunca olvida. Un volcán tiene memoria de elefante. Y cuando suelten las lágrimas. Cuando comience a llorar el desencuentro humano. Será la imagen con la que el hombre se duerma. Será el murmullo estridente en los labios abyectos, abiertos eternamente, la música última de sus violines, los que escucharemos de fondo cuando todo haya terminado. Cuando pasen los créditos. Y entonces no haya más nada.

11.9.11

Los taladros exteriores reflejan mis taladros internos.
Bendito el metal que corta el asfalto.
Maldito el pensamiento que agujerea mi tranquilidad.
El ruido físico, ese de ondas sonaramente curvas,
es una pequeña muestra del metafísico,
ese de ondas silenciosamente mortales.

Y si no estuviera aquí, ¿qué?

Estridentismo molecular.
El duelo de dos miedos
que se superponen
Una sensación molestamente
apacible y descarada
llamativamente
mansa y chirriante.

Me voy, ¿y qué?

No hay destemplenza en ese vaho musical
que es el ruido.
La estática mental y mecánica
equilibra mi ley sin mudanza
con la condición benigna y suave
de un animal en celo.

Y si nunca hubiera estado, ¿qué?

Apacible, sosegada, tranquila
un ganado de personas
rumbo a mi colmena
El efecto de ganar
es la mejor anestesia,
el recipiente construido
para un habitáculo de estrellas:
enjambre natural
privación general
artificialmente producida.

Estoy aquí
el sonido inarticulado es mi compañía
la gran pendencia de las cosas
sin importancia.
Soy sólo un hombre
que interfiere el tráfico
de una riña de palabras.

6.9.11

—Está demasiado deprimida, compréndela –escribió mi madre por el chat.

---

Hay veces en que no tengo ganas de comprender a los demás. No necesito entenderlos. No deseo darles palabras de aliento. Charlatanería. Me aburre que las personas se depriman. Me molesta que entren en un hoyo negro. Más cuando me levanto con ánimo y optimismo. Más en esos momentos. Cuando estoy en la gloria y tengo que soportar los problemas de alguien más. Sus desvelos. Sus desencuentros. Sus búsquedas interiores e infernales.

Hoy no tengo ganas de escucharlos.

Hoy de lo que realmente tengo ganas es...

de que me sangren los nudillos de las manos
de que me duelan los huesos mientras grito
de que me tiemblen las comisuras de los labios por un beso no dado
de masturbarme sin llegar al orgasmo
de enojarme tanto conmigo misma que no pueda ni verme al espejo sin dejar de escupirme
de quemar los cuerpos perfectos de las revistas de moda
de correr sobre vidrios estrellados bajo mis dedos
de escuchar heavy metal mientras duermo pesadillezcamente
de romper una a una las hojas de los diccionarios
de que se sequen mis retinas y no pueda ya bajar los párpados que las contienen
de estrellar el monitor contra la cabeza de mis compañeros
de orinar con sabor a miel y revolcarme en el dulzor del migitorio
de escribir historias grotezcamente románticas
de no comprender a ningún deprimido más
de hacer con todos los poetas una sola película snuff

---

Después de platicar con mi madre tuve que correr al baño de la oficina. A orinar por los lagrimales. De puro coraje. De puro. Amor propio. Y una razón específica no había. Sólo que estoy lejos. Que hoy me dieron oficialmente mi dirección. Y no pude contener la sorpresa cuando leí Distrito Federal y no mi querida Tijuana. Pero a la vez algo se llenó de felicidad. Y me odié. No en ese momento. Pero debí de haberme odiado.

El excusado se levó los últimos residuos ojales tijuanense dentro de mí.

Iván me llamó por teléfono. —Quería escuchar un acento familiar, pero ya hablas como chilanga.
No reí. Callé.

---

—Pero me tienes a mí.

A quién. La soledad, la alegría, la agustia, el miedo son personales. No se comparten. Se quedan aquí. Dentro. Lo puedes decir con palabras. Puede parecer que se aminora la carga. Pero los residuos internos no se pueden lavar. Cochambre de grasa interna. Las cucarachas comienzan a alimentarse de mi.


---

—Está demasiado deprimida, compréndela –escribió mi madre por el chat.
—Sí, má. Discúlpame. No sé en qué estaba pensando.
—Entonces, ¿todo bien?
—Si, má. No te preocupes –atino a escribir con los nudillos sangrando.

28.8.11

La tarde es gris y no tengo limitantes.
La música de un vagabundo suena en mis oídos.
Necesito límites
límites para escribir.
Presión.
Alguien que destruya mis textos
para tratar de ensamblar las piezas
que le hacen falta.
Una vez más.
Esta no será la vez última
ni la tercera.
Los signos de puntuación me obligan
a reinventarlos
hacerlos a un lado
para después volver a ellos
sumisa y con la mirada gacha
les pido perdón por olvidarlos.

La tarde es gris.
Pero arde por dentro
como un clímax a punto de llegar.

Quisiera darle me gusta
marcarlo como favorito
buscar a mis amigos
comentar sus comentarios
Pero estoy sola aquí.
Solamente acompañada
por la lluvia torrencial
que inunda mis ideas.

Me pasé de los ciento cuarenta.
Ya no me alcanza para seguir
escribiendo
que la tarde es gris
y que se llena de su propio flujo.
Editar. Editar.
Las ideas encajonadas
en un recuadro
que no alcanza para controlar
la verborrea que contengo.

La tarde es gris
¿a quién chingados
le interesa?

14.8.11

Las personas viven inmersas en su pasado. ¿Por qué negarse a mirar el presente y aprovechar todo lo que se pueda? Personalmente, sí, soy una mujer que mira al pasado, pero no para añorar, sólo para recordar lo que soy y porqué lo soy. No olvidar mis orígenes, no criticar a la gente tan duramente por sus acciones. Siempre hay un por qué. Pero no entiendo a quienes se quedan estancados. Inmersos.

Hay que seguir adelante.

24.3.11

Los pasos

7:00 a.m.
¿Me levanto o no? La misma pregunta de todos los días. No hay que pensar, sólo hacer. Acción. Acción. Pensar las cosas la mayoría de las veces te lleva a no hacer nada. Hay que dejarse llevar, pero no por la corriente.

7:15 a.m.
Llego al parque. Pocas personas caminando, aun menos corriendo. Ejercicio de calentamiento. Comienzo a caminar. Suave clima templado estalla en mi faz mañanera. Sólo pienso en no pensar, que mis pasos guien la desesperación de mi alma, los 28 años a cuestas, mi espalda que carga la cruz de la lejanía y la ausencia elegida.



7:30 a.m. 
Estoy lista. Todo está en calma. Ha llegado más gente, pero no los veo. La música en mis oídos me llama a comenzar un día más. Corre. Corre. Y corro. La angustia se deshace con cada talonazo en el suelo. Me sacudo el polvo abismal. Me interpreto. Me reinvento en cada respiración. Exhalo rencores, aspiro oportunidades. Retos. Me siento viva.


8:00 a.m.
Hora de partir. Hora del hogar. Un baño cálido rediseña mi estructura muscular. Resbala sobre mi piel la angustia. Y se va por el caño, de donde salió. La blanda sensación de mis labios sobre los suyos. Y un día que pinta será más que mejor.

20.3.11

Reflejos

Esa niña se parece a la infante que era hace décadas.
Esa niña va sentada en el vagón del metro frente a mi.
Me regala una mirada sincera.
Una sonrisa ingenua.
Y me recuerda la espontaneidad de mis tiempos.
Cuando creía que la vida era complicada.
(Siempre se cree que no puede ser más complicada de lo
que ya es, pero se puede, siempre se puede)
Me ve indecisa, como temiendo su futuro.
Observa el muro de acero a mi alrededor.
En sus ojos hay un horror a repetir mis patrones.
Pero nadie puede escapar a su destino.
Le digo con la mirada.
Y entablamos una conversación.
Como si fuera un monólogo interno.
Como si desaparecieran las fronteras.
La ingenuidad y la perversidad van unidas.
Una ligera frontera las separa.
Désas que una no cae en cuenta.
Hasta que cae.
Cae. Cae. Cae.
Y el castillo de papel se derrumba ante nuestros ojos.
Alcanzo a ver una pequeña súplica en sus ojos.
Antes de que su madre la tome de la mano.
Y salga por las puertas naranjas.
De los vagones que conforman la vida.
Antes de que llegue a su casa.
Donde una familia disfuncional la espera.
Donde la ausencia del padre se hace presente.
Sola ante el encierro de la gradeza de mi infancia.

11.2.11

Tiempo de oscuridad

El ser pequeño que habita dentro de mí, ése que contradice las normas y la ética; el que me dice que haga todo lo contrario a lo que "debo" hacer; el que estuvo dormido por tres años... está despertando.

No me agrada. Odio escucharlo. Odio sentirlo. Impotencia. Quiero que se mantenga en su hibernación. Que no regrese. Maldito gnomo infernal. Estoy muy bien. Pero escucho sus palabras. Lejanas. Provienen de un abismo de soledad e incertdumbre, donde no quiero asomarme una vez más.

Pone mi mente en blanco cuando debería de estar trabajando y le da trabajo cuando debería de estar en blanco, sintiendo sin pensar.

Esta historia me suena conocida y no. Es otra etapa. No lo dejaré salir. Debo de ser fuerte. Comprender que la vida no es miel sobre hojuela... miel sobre hojuelas...

Alguien conocido desde la niñez despierta dentro de mí. Es el pequeño monstruo que desea hacer maldades. Todavía no sé qué tipo de travesuras, pero estoy segura que no es nada bueno.


Quiero golpear a alguien, pegarle hasta ver mis puños sangrar.
No soy yo... ¿o sí?

10.1.11

Me dejé llevar, no luché contracorriente. 

Me sumergí, dejé de respirar. La corriente me llevó, como vil camarón dormido. 

Y fue estupendo. 

Dejar de pensar, y sentir, sentir hasta que la piel me doliera.

Una caminata a cinco grados. La piel revive. La mente rejuvenece. Después de los minutos de odio y venganza, vino la paz y la comprensión. 

Todo pasa, aunque tratemos de retener el tiempo, aunque duela en las entrañas el pasado, lo cierto es que no hay caso. 

Un respiro. 
Una buena rolita. 
Despertar eternamente. 

Pero vivir en la ensoñación convulsa y casi apopléjica. Ya no importa.
Las cosas alrededor pueden volverse un papalote, dejar de existir. Yo misma puedo hacerlo. 

No importa. 

He vivido al límite. Me gusta arriesgar. 

Apostarme. 
Hasta reventar.

Soy un globo y lleno de helio. Me alzo veloz.