A mi padre siempre le gustó el box. Yo no entendía por qué se ensimismaba viendo a dos hombres pelear con los puños envueltos. Me preguntaba "¿a cuál le vas?" y yo siempre elegía el boxeador con los mejores pantaloncillos: nunca acertaba. "Va a perder" me decía mi padre, y siempre tenía razón.
Todos lo sábados lo veía sentarse frente al televisor con una cerveza Corona. En ocasiones gritaba improperios. En otras sólo observaba, callado, analizando los movimientos pugilísticos. Yo sólo veía a dos changos darse con todo y me fastidiaba estar viendo una pelea cuando podíamos ver una película. ¿Para qué tener tele de paga si solo ve el box?, me preguntaba. Pero, aún así, eran momentos que apreciaba. Estar a su lado, momentos íntimos que compartíamos, nadie más se sentaba a ver el ring con él. Ni su esposa, ni su amante, ni ninguna de sus cinco hijas. Sólo yo. El y yo viendo a dos boxeadores darse de trancazos.
No importaba si me gustaba o no. Estar a su lado en un momento que él tanto disfrutaba era mi recompensa. Perder siempre en las apuestas. Aunque recuerdo que un día el me hizo la misma pregunta, ¿a cuál le vas?, y coincidió que el que traía el short rojo (mi color favorito) era el bueno. Agachó la cabeza y me dijo "creo que ahora sí ganarás". Y lo hice. Siempre ganaba, aunque él no lo supiera, hasta que lo supo, meses antes de morir.
A mi padre le encantaba el box. Se sentaba ahí, en el cuarto de tele, con una cerveza Corona en la mano y otra libre para mi abrazo. Se emocionaba. Reía. Se enojaba. Me miraba. Con esa mirada íntima que regala quien sabe que está dando y recibiendo un obsequio.
Nunca fui su favorita. Mi hermana mayor, tal vez por ser la primera, era su consentida. Para ella fueron todos los regalos, todas las adulaciones. Pero tampoco fui víctima: era la favorita de mi mamá. Aunque como todo ser humano, ansiaba tener lo que no poseía, el favoritismo de mi padre. Sentir el orgullo paterno, y el box siempre fue un modo de obtenerlo.
Ahora, siempre que me siento a ver una pelea, con una cerveza en mi mano y la otra libre para el abrazo, lo recuerdo. Ya no le voy al que vista el short más bonito, ni con el color de mi preferencia, pero daría lo que fuera por ver una pelea, aunque sea un round, con mi padre y poder compartir con él esa pasión que hoy es también es mía.
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