11.6.12

Mi madre está enojada. Con sus hijas. Con sus vecinas. Con su ex. Con la vida.
Mi madre tiene insomnio. Y piensa que todos estamos en su contra. Que lo que ha dado no ha sido retribuido. Que da. Da. Da. Da. Y sólo recibe mijagas.
Mi madre se agüta de que hagamos nuestras vidas. Que pensemos por nosotras mismas. Para ella amar es sinónimo de hacer lo que ella quiere. Piensa que nadie la ama. Porque somos pensantes.  A veces acertamos. Nos equivocamos. La mayoría de las veces. Como ella lo hizo.
Mi madre siempre nos dijo. No dependan de un hombre. Nunca. Y luego. Estudien para ser independientes. Y después. Cuando te mantengas tú sola. Y entonces. Estudié. No dependí de nadie. Me mantuve. Y fue cuando dijo. Haz lo que te ordeno. Depende de mi. No realices tus sueños.
Y dejo de comprendarla. Comienzo a ver sus contrariedades. A desmenuzar sus defectos. A decir 'yo no seré así'. Y la compadezco. Y sufro con ella. Y sin ella.
Pero, cuando menos lo espero, me doy cuenta. De mis defectos. De que soy ella. En mi inconformidad. En la avaricia de mis deseos. En mis dobles y contradictorios anhelos. En querer que me amen. Me amen. En ocasiones. Sin dar nada a cambio. Más que mi reconfortante presencia.
Y entonces me enojo. Con mis hermanas. Mis vecinas. Con mis ex. Con la vida. Porque no son, ni fueron, en absoluto, lo que esperaba. Pero han sido más que eso. El soporte interno de mis alegrías. El desvelo de mis mañanas más oscuras. El espejo de mis emociones. Y desiciones.
Callo. Miro mi cel. Marco el número frecuente.
Y nadie contesta.