14.2.10

Un mes en la ciudad

Un mes. La Ciudad me es conocida como la rebeldía de mis cabellos y, por momentos, me es tan nueva, tan inmediata, tan inasequible.

La Ciudad se transformó en mi compañera diaria: es partícipe de mis secretos, mis risas, alguna que otra lágrima, mis sueños y mis desilusiones.

Me conoce. No puedo ocultarle nada: a veces muere de celos al ver que hay otra en mi mente y en mis entrañas. Nunca le he mentido, siempre lo supo, desde el momento en que entré por carretera hace un mes. Entré con el amanecer: los árboles me ocultaban la gran urbe que poco a poco se fue abriendo ante mí, mostrándome los brazos, acogiéndome y saludándome de regreso.
Sabía que un día regresarías pues lo prometiste hace tres años, me susurraba al oído y yo me dejaba cobijar.

Hoy, esa complicidad sigue existiendo, como si la ciudad fuera mi amante y me escondo para que la otra no vea que me estoy enamorando, que ya me había enamorado hace tiempo atrás.

A veces la descubro observándome a través de un traseunte o de un usuario de metro; la descubro deseándome suerte en coyoacán y diciéndome las palabras de aliento que ocupo: todo lo que sucede en la mente se materializa, tienes una vibra muy fuerte y vas a lograr todo lo que te propongas. Aquí están las tres serpientes mexicas que representan infinito y la materialización del pensamiento; te acompañarán el tiempo que decidas estar en la ciudad.

Los ojos llenos. Los ojos a reventar. Ya no de miedo a no lograr lo que deseo. Ahora es el temor a mis deseos y a la materialización de ellos. La Ciudad tiene razón. Ahora estoy más segura que hace un mes. Cada día la fascinación se convierte en parte de mi existencia, como si yo hubiera creado el milagro. Como si fuéramos parte de un todo. No estoy separada. Soy yo, es ella, eres tú. Parte del mismo universo.
La ciudad vuelve a dejarme caer de espaldas. Yo confío en que al final del vacío estén sus brazos acogedores, haciendo visible lo que me estaba oculto.