25.9.11

Al principio fue emoción. Un tipo de adrenalina recorrió mi cuerpo. Después orgullo. De ser quien soy, de donde provengo. Siguió la desesperación, el enojo, el dolor. Ahora todo termina en indiferencia.

Comprendo, una vez más (pero cada vez con más arraigo, más sensatez), que no te necesito. Que estuve ahí sin estarlo porque así lo quise. No me gusta inmiscuirme en reuniones sin apetito. Y nunca tuve el hambre para entrar. Para hacerme parte de.

Está bien. Tal vez en un momento fugaz sí quise ser parte de algo. Pero me gusta mi soledad. Ese es el gran hecho. Nunca he estado dispuesta a sonreir sin ganas, a alabar lo inalabable, a comentar la inmundicia. Este es mi pago: la soledad. El mejor cheque que he recibido.

Puedo poner nombres y borrarlos a mi antojo. Puedo destrozarlo y rehacerlo. Por eso estoy aquí. Lejos. Me vine huyendo de ti. De tus dioses falsamente misteriosos y divinos para crear los míos. Que no son menos falsos, pero que me pertenecen y están a mi merced.

No necesito pasar por esto una vez más. Puedes salir por donde te colaste: rendijas astutas de mi memoria desdentada. Puedes devolverte como llegaste: arrastrándote para llegar a mi consciente desde las penumbras del olvido.

No volveré al negro. Y no me molesta que mis palabras te hagan chillar. Si la sangre no te detuvo en el umbral de mi orgullo, no detendré los golpes a tu cuerpo potentemente deshilachado.

18.9.11

Los volcanes tienen algo. Tal vez sea la nieve. Tal vez sea que no se quejen. Que estén ahí inmutables en la mutación. Han visto todo. Lo han vivido todo. Lo saben. Ellos lo saben mejor que nadie. Mejor que ellos mismos. Son dioses y necesitan de carne para alimentarse. Deidades en calma que exigen tributos. Los hombres les han perdido el respeto. Ya no temen a que exploten. Y lo harán.

Montículos de tierra caníbal. Arrojan su baba rojiza al vacío de la humanidad. Con su semen caliente marcan su territorio. Lo destrozan. Para volver en calma a su inmutación por unos siglos más.

Ahí están. Sentados. Sigilosos. Espectantes. Nos observan.

Un volcán nunca olvida. Un volcán tiene memoria de elefante. Y cuando suelten las lágrimas. Cuando comience a llorar el desencuentro humano. Será la imagen con la que el hombre se duerma. Será el murmullo estridente en los labios abyectos, abiertos eternamente, la música última de sus violines, los que escucharemos de fondo cuando todo haya terminado. Cuando pasen los créditos. Y entonces no haya más nada.

11.9.11

Los taladros exteriores reflejan mis taladros internos.
Bendito el metal que corta el asfalto.
Maldito el pensamiento que agujerea mi tranquilidad.
El ruido físico, ese de ondas sonaramente curvas,
es una pequeña muestra del metafísico,
ese de ondas silenciosamente mortales.

Y si no estuviera aquí, ¿qué?

Estridentismo molecular.
El duelo de dos miedos
que se superponen
Una sensación molestamente
apacible y descarada
llamativamente
mansa y chirriante.

Me voy, ¿y qué?

No hay destemplenza en ese vaho musical
que es el ruido.
La estática mental y mecánica
equilibra mi ley sin mudanza
con la condición benigna y suave
de un animal en celo.

Y si nunca hubiera estado, ¿qué?

Apacible, sosegada, tranquila
un ganado de personas
rumbo a mi colmena
El efecto de ganar
es la mejor anestesia,
el recipiente construido
para un habitáculo de estrellas:
enjambre natural
privación general
artificialmente producida.

Estoy aquí
el sonido inarticulado es mi compañía
la gran pendencia de las cosas
sin importancia.
Soy sólo un hombre
que interfiere el tráfico
de una riña de palabras.

6.9.11

—Está demasiado deprimida, compréndela –escribió mi madre por el chat.

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Hay veces en que no tengo ganas de comprender a los demás. No necesito entenderlos. No deseo darles palabras de aliento. Charlatanería. Me aburre que las personas se depriman. Me molesta que entren en un hoyo negro. Más cuando me levanto con ánimo y optimismo. Más en esos momentos. Cuando estoy en la gloria y tengo que soportar los problemas de alguien más. Sus desvelos. Sus desencuentros. Sus búsquedas interiores e infernales.

Hoy no tengo ganas de escucharlos.

Hoy de lo que realmente tengo ganas es...

de que me sangren los nudillos de las manos
de que me duelan los huesos mientras grito
de que me tiemblen las comisuras de los labios por un beso no dado
de masturbarme sin llegar al orgasmo
de enojarme tanto conmigo misma que no pueda ni verme al espejo sin dejar de escupirme
de quemar los cuerpos perfectos de las revistas de moda
de correr sobre vidrios estrellados bajo mis dedos
de escuchar heavy metal mientras duermo pesadillezcamente
de romper una a una las hojas de los diccionarios
de que se sequen mis retinas y no pueda ya bajar los párpados que las contienen
de estrellar el monitor contra la cabeza de mis compañeros
de orinar con sabor a miel y revolcarme en el dulzor del migitorio
de escribir historias grotezcamente románticas
de no comprender a ningún deprimido más
de hacer con todos los poetas una sola película snuff

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Después de platicar con mi madre tuve que correr al baño de la oficina. A orinar por los lagrimales. De puro coraje. De puro. Amor propio. Y una razón específica no había. Sólo que estoy lejos. Que hoy me dieron oficialmente mi dirección. Y no pude contener la sorpresa cuando leí Distrito Federal y no mi querida Tijuana. Pero a la vez algo se llenó de felicidad. Y me odié. No en ese momento. Pero debí de haberme odiado.

El excusado se levó los últimos residuos ojales tijuanense dentro de mí.

Iván me llamó por teléfono. —Quería escuchar un acento familiar, pero ya hablas como chilanga.
No reí. Callé.

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—Pero me tienes a mí.

A quién. La soledad, la alegría, la agustia, el miedo son personales. No se comparten. Se quedan aquí. Dentro. Lo puedes decir con palabras. Puede parecer que se aminora la carga. Pero los residuos internos no se pueden lavar. Cochambre de grasa interna. Las cucarachas comienzan a alimentarse de mi.


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—Está demasiado deprimida, compréndela –escribió mi madre por el chat.
—Sí, má. Discúlpame. No sé en qué estaba pensando.
—Entonces, ¿todo bien?
—Si, má. No te preocupes –atino a escribir con los nudillos sangrando.