12.12.10

Reflexiones escriturales

Ayer aprendí algo nuevo de la fotografía, aunque no es algo que no supiera del arte en general. Nada está escrito, todo puede hacerse, no hay límites más que los que uno mismo se pone. Uno es su peor juez, su represor más astuto, su limitante más fuerte.

Siempre me ha gustado la fotografía, el arte en general, pero yo soy la primera en ponerme las barreras necesarias para no hacer lo que se me plazca, lo que se me venga en gana; siempre están mis ojos juiciosos y quisquillosos detrás de mi obra sin manufacturar. Debo liberarme de mí misma, de mis prejuicios, dejarme ser tal y como soy, despertar mi inoconsciente, anesteciar a mi yo, a mi ego que quiere hacer todo perfecto, sin errores, ¿será mi complejo de correctora? Siempre estar tras la sombra del escritor, decir "esto lo hubiera hecho mejor", pero no dar el paso para así realizarlo.

Palabras, todo queda en palabras. Mi arte se reduce a mi mente, al acompañamiento de las ideas intangibles. Comenzaré a calentar mis dedos fríos. Ponerlos en movimiento, ejercitárlos, incitarlos a la agonía placentara de la escritura. Dejar de ser para que salga la verdadera yo, materializar lo no material.

Soy una madre regañona, de esas que dice "no te agarres ahí, es sucio". Lo peor es que no puedo dar a luz, no me lo permito, me está vedado.

El primer acto de la obra está comenzado. Hay que escribir el segundo.