Mi hermana me habla por teléfono. Es su cumpleaños.
Me pone en altavoz. Están a punto de partir el pastel, ese de queso y coco, comprado en el Café de la Flor, que tanto me gusta. Y escucho a todas. Esas voces femeninas que han llenado mi mundo y mis días de alegría. Sus risas por el auricular se me contagian. Con el timbre de su voz puedo intuir en qué lugar está sentada cada una. Ale, la cumpleñera, a la cabeza. Caro frente a ella, al otro extremo. Mi madre al lado derecho de Ale. Fernanda al izquierdo. Mi sobrino anda de aquí para allá. De repente se escucha lejano. Otras más cerca. El teléfono está sobre la mesa. Prenden las velas y comenzamos todas a cantar. Por un momento me olvido de que estoy a miles de kilómetros de distancia. Casi puedo oler el café que se hace en la cafetera. Todas callan. Yo sigo cantando. Y entonces ríen. Me han dejado a cantar sola a propósito. Las pude ver haciendo mímica de callarse, para dejarme hacer el ridículo vía telefónica.
El canto termina. Mordida, mordida, comienzo a decir, y todas me siguen. Claro que no, primero tengo que apagar las velas, dice Ale. Yo te ayudo, grita Cristo. Se pone al lado de ella y casi puedo escuchar su respiración. A las tres: una, dos, tres. Aplausos. La foto. No, otra. ¿Esta sí salió bien? Qué bonitas salimos. Parte el paste, ¿Así o menos?. No tardan en escucharse reclamos de que es una coda, mientras ella alega que es su cumpleaños. ¿Qué opinas, hermana? ¿Les doy más?. No, es tu cumpleaños, debería ser para ti sola. Ándale, pues, dice mi madre.
Sólo faltas tú, hermana. El lamento. Sí. Sólo falto yo. Te dejo, para no tenerte aquí nomás escuchando. Y no se lo digo, pero lo pienso. No importa, quiero escucharlas. Quiero oír sus risas. Sus quejas. Sus gritos. Déjame en altavoz, deseo decirle. Porque así puedo sentirme cerca de esas mujeres que son mi vida. Las perfectas compañeras. Las mejores que pude tener.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario