29.1.12


No puedo escuchar mi voz cercana. Se pierde entre los llantos de una felina ajena. Se desteje de maullidos. Comienzo a desprenderme. Los as bajo el sombrero del mago no surten su efecto. Solo son un truco de mieles y excremento.

No recuerdo cuándo fue la última. Me miento. No tolero el dolor conocido de la insatisfacción. La mano nostálgica de la soledad. Su caricia breve pero certera y solitaria. Pensamientos femeninos para tratar de llegar a aquello que me seduce pero que ya me es lejano sin haberlo poseído.

Tal vez, y sólo tal vez, sea el afán avaricioso del deseo. Agregar un nombre a la larga lista de desencuentros fortuitos. Tal vez, y sólo tal vez, es el pago de los intereses. El crédito me sobrepasó. Estoy en deuda y debo ceder. La gran pregunta es quién es mi banco. Quién es mi dios.

Todavía no lo logro. Dejar de pensar. Pensar que todo pasará. Que terminará antes de que comience la función. Sin intermedios. Pero un resquicio interno sueña con la eternidad. Esa de mentiras.

Busco conyonturas por donde filtrarme. El obstáculo del fin no puede ser lo último. Me repito. En la pared de los créditos no debe aparecer mi apellido. Solo en el frío desdibujado en mi almohada. Un doble habitante. El desprendimiento del deseo.

Soy mi propio doble. No son necesarias las preguntas metafísicas. Al final solo soy cuerpo. Un ente desposeído que busca lo insustancial de lo físico. Solo al final soy cuerpo.

Soy cuerpo solo al final.

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