5.1.12

Hay veces en las que preferiría ser hombre.
No pelear con las hormonas.
No poder embarazarme.
No hacer un maremoto en un barco de papel.
Que me apasionaran los deportes.
Y me prendieran las curvas femeninas.
Despertar sin pensar en qué me voy a poner.
Con qué blusa me veo menos gorda.
Qué maquillaje le va a mi atuendo.
Ponerme solo gel en el pelo para salir a la calle.
Sin preocuparme de mi ropa interior.
Sin que tenga que ser cómoda y bonita a la vez.

Hay veces en que preferiría ser hombre.
Y no tenerme que cuidar de los manoseos en el metro.
Que nadie me diga que soy brusca.
O grosera.
Al fin, seré hombre, y a nadie le importará.
Tener el puesto que me merezco.
Y que los demás hombres no se sientan intimidados
cuando hagan una broma sexista delante de mí.
No tener que sentarme para echar una miada.
Ni que la vejiga me reviente en la grotesca fila del baño.
Que no me cedan el paso al salir del elevador.
Que mis canas sean sexies.

Hay veces en las que preferería ser hombre
pero la mayoría de las veces, casi siempre,
me jacto de ser mujer.

De la complejidad de mis emociones.
De que puedo ser ruda cuando es innecesario.
Que siempre haya alguien que se preocupe por mí
si hago pucheros
De no tener que mendigar amor... ni sexo.
De tener la posibilidad de dar vida a otro ser
y renunciar a ello.
Provocar lascivas miradas masculinas... y femeninas.
Que todo me sea permitido porque "ando en mis días".
Que me quieran proteger y, al siguiente segundo,
succionarme las amígdalas.
Que me den aventón hasta la puerta de mi casa.
Que mi cuerpo sea un misterio, aun para mí.

Pero sucede que hay veces, muy pocas,
ocasiones contadas con las llagas de mi vientre,
que me canso de ser mujer.







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