15.1.12

Reflexiones mudancísticas

Aunque cada vez siento más cerca la mudanza (que, por cierto, está más cerca cada vez), hago lo menos posible por empacar. Una más, una menos. Lo cierto es que dije, lo afirmé, que no extrañaría nada. Pero cada vez que recorro el camino hacia mi pequeño departamento, no puedo dejar de mirar los edificios, los personajes que habitan la colonia.

Fui a comprar carne y pensé "¿Debo despedirme del carnicero? ¿Será que le tengo que avisar que esta es la última vez que lo visito?", pero sólo atiné a decir "Medio kilo de falda". "¿Otra vez hará salpicón?". Me conoce, sabe lo que cocino, o cree saber lo que cocino, porque para fines prácticos le digo que es carne para salpicón cada vez que deseo hacer tostadas de carne deshebrada estilo sinaloense. Una vez le dije que era para caldo, y me dio mucho hueso, otra le dije que era para deshebrar y me dio mucho cuero. Cuando le dije que era para salpicón, el cual sólo he hecho una vez en mi vida, me la dio perfecta, tal y como la necesitaba. De ahí toda la falda que compro es para salpicón.

La señora de los tacos de guisado tiene más de tres semanas que no se pone. Siempre que son vacaciones se toma una semana antes y una semana después. Ella sabe que siempre le compro de huevo a la mexicana con frijoles. Lo que no sabe es que siempre que me acerco pienso "esta vez comeré algo distinto, probaré algo nuevo". Cuando llego y me pregunta "¿De huevito con frijoles? Hoy salió muy bueno", ya no pienso en los otros platillos y acepto, como quien acepta su caída sin meter las manos. Espero que esta semana ya se ponga. Lo más seguro es que no me despida de ella, no con palabras externas, sino para mis adentros. Diría J que es imposible hacerme hablar.

Otra más: la señora de los jugos. La primera vez que fui y compré un jugo verde (no tanto porque quisiera adelgazar, sino porque recién lo había probado en un restaurante y me gustó) trató de venderme unas pastillas naturistas para bajar de peso. Tal vez llegan muchas mujeres obsesionadas con su masa corporal, pero definitivamente yo no era su target (aunque tal vez debería haber aceptado su promoción). Tres veces a la semana pasaba a comprar mi jugo verde (naranja, piña, nopal, perejil), solo cuando andaba con principios de resfriado le pedía un antigripal (naranja, piña, limón y miel). Siempre decía "gracias" cuando me iba, lo que me generaba confusión, porque muchas veces lo hacíamos al mismo tiempo. ¿Dónde compraré mis jugos?

Siempre que me mudo pasa lo mismo. Pero a la vez reconozco ciertas manías. Cuando me salí de casa de mi madre no extrañé nada. Me fui a la nueve. Después me fui a Otay y me di cuenta de que siempre iba por mis tacos de chile relleno, los de birria, a comprar con el albino del Oxxo de la esquina, el café de la nueve, aunque nunca iba sabía que estaba ahí y me gustaba verlo cuando abría el portón de mi pequeña casa, donde pasé, tal vez, los mejores años: la universidad, trabajar en el Cecut, vivir sola, completamente, con miedos a las tres de la mañana, podía bañarme tres veces al día si así lo deseaba, tener insomnio y levantarme a escribir, se acabaron las visitas a los moteles, tenía mi casa para hacer y deshacer. Después vino la Pío Pico, a la vuelta de la nueve, y de Otay básicamente no extrañé nada, ¿cómo extrañar que el vecino de arriba se levantara a las seis de la mañana y pusiera las noticias a todo volumen?, ¿o que mi "compañera" dejara todo desordenado por la casa o que no pagara la parte de los recibos? De la Pío Pico siguió la Ruiz Cortínez y, sobre todo, extraba lo céntrico, tener una cama para mí sola, levantarme y hacer el ruido que se me viniera en gana, que una amiga pudiera llegar a las tres de la mañana porque estaba muy borracha para manejar. Pero así es la vida en pareja. Luego, casi casi por cuestiones económicas, mudarme a mi casa, ponerle piso, comprar más muebles, acondicionarla. Y ahí faltaban la panadería con sus empanadas de calabaza, los tacos el Gordo y sus tostadas de carne asada después de una peda en el centro, el patiecito donde Camila salía a caminar y comer gusanos... Al final vino el D.F. y de Quinta del Cedro no extrañé absolutamente nada.

Las mudanzas se dieron en grados distintos, con personas distintas. Todo se confabuló para que no extrañara Tijuana. Si mi venida a la capital hubiera sido de cualquiera de las anteriores casas tal vez me hubiera dolido más. Si no nos hubieran chocado, si no hubiera muerto su abuelita, si no hubiera entrado Virgilio, si no hubiera...

Ahora la próxima parada es Roma Sur. Contrato forzoso de un año. No puedo tener mascotas. El agua está incluida. Puedo hacer reuniones. No tengo espacio de estacionamiento para mi auto invisible. Es de dos plantas. Incluye estufa. Es una buena zona. Solo falta esperar. Esperar a conocer a esos sujetos que ya están ahí. Que esperan a que me encariñe con ellos, sin que jamás lo sepan. Sin que me despida cuando tenga que despedirme. Sin que les diga que, lo más seguro, es que un día sean parte de un insignificante post.

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