Sala de urgencias
La escoria del mundo, el vòmito de Dios, el cosmos se une a la inmundicia universal y me hace estar en este hospital plagado de viejos, de enfermos que deambulan comos zombies.
Con la cabeza abierta chorreando sangre, con el brazo dislocado, con la inquietud en los dedos y la mirada perdida los veo desfilar por mi alrededor.
Piernas con tobillos del mismo ancho que las rodillas, llenas de venas que saltan a la vista capaces de reventar de un momento a otro. Cabezas blancas, grises o calvas que piden un poco de compasiòn. Màs que enfermos, solitarios esperando pagar para que un mèdico los escuche, les escriba dos o tres palabras en la receta para la coleccion y al salir una espera impaciente porque llegue la otra semana y escuchar su monbre de pila en los labios de la enfermera con su ùnica cita en mucho tiempo.
Ellos lo sabes, lo sienten en el ambiente que se respira, para muchos la ultima visita, la pròxima semana seràn ellos los invitados por la presencia ante la que nadie quiere estar: la muerte.
Desfilan los enfermos con sus muletas o sus sillas de ruedas, bailan cojenado su danza final. En los altavoces suena una voz extraña mascullando nombres vulgares y nùmeros de consultorios. Las familias con ojos hambrientos de esperanza ven a sus hèroes los blancos pasar sin una respuesta final.
Mientras: "Juana Lòpez consultorio 1, Victoria Pèrez consultorio 5"
Todos sentados hablando a media voz. Las sillas temblorosas esperan ser ocupadas bajo la luz tenue amarilla de un hospital cualquiera. El piso limpio y oscuro, las miradas de los moribundos se cruzan y con rapidez las desvìan no queriendo ver su propia muerte en ojos desconocidos.
Quièn iba a pensar, tan diferente espacio y clima, tan diferentes humillaciones, colonizadores-colonizados y todos temiendo morir, todos con la enfermedad en el vientre, con el cafè en la mano y el amargo dolor en los labios.
Todos con sus còmodas zapatillas observan a los blancos y piden a gritos silenciosos ser escuchados. Todos con las manos en la cara, con el ceño fruncido esperando una llamada al mòvil, esperando un sonido que les impida claudicar.
"Se ruega silencio" en un cartel, pero ellos ruegan mùsica, ruegan alivio, ruegan compasiòn y respeto por su vida.
Estornudos, tos, suspiros, bostezos, ronquidos, secretos, todo puede pasar en una sala de emergencias.
El vòmito de Dios cae sobre nosotros, nos empapa y lo comemos gustozos. La inmundicia del mundo està en urgencias, los malos, los blancos, los rojos, los negros y los que no son de ningùn color, de ninguna religiòn, de ningùn sabor, nadie se escapa. Sòlo los que esperan solos, solos estàn con los familiares, sòlos esperando el juicio final. Sea Dios quien fuera, sea el doctor o la mosca postrada al otro lado del vidrio frente a la ambulancia, esperan salir bien librados.
Con el rosario en las manos echan flores a la virgen de los desamparados, que intervenga por ellos buenos ciudadanos, seguidores de la ley, buenos padres, hijos, hermanos... y yo...
Yo? Desafiando la libertad, sentado en esa silla azul desvergonzadamente y observando su incestuoso final con morbo. Yo, con la cabeza dando tumbos, son ellos los que me contagian sus porquerìas, sus virus. Yo oledor de la sangre fresca, de la medicina que emana de su cuerpo, de su muerte, huelo su final.
Somos el desecho del mundo. Soy yo parte de ellos con el estòmago vacìo y las tripas comiendoce unas a otras. Soy la escoria de la escoria. Desafìo la libertad que me da la salud, la desafìo y voy quedando atrapado en ella, su nombre de pila: Soledad.
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